miércoles, 8 de diciembre de 2021

Catequesis del Papa Francisco sobre San José

        Por distintas circunstancias, no hemos podido escribir posts en el segundo semestre de este año. Este último post del blog lo dedicamos a las tres últimas catequesis del Papa Francisco, dedicadas a San José.

       El miércoles 17 de noviembre, el Papa Francisco comenzaba una serie de catequesis sobre San José con las palabras siguientes:  

«El 8 de diciembre de 1870, el beato Pío IX proclamó a san José patrón de la Iglesia universal. Ahora, 150 años después de aquel acontecimiento, estamos viviendo un año especial dedicado a san José, y en la Carta Apostólica Patris corde he recogido algunas reflexiones sobre su figura. Nunca antes como hoy, en este tiempo marcado por una crisis global con diferentes componentes, puede servirnos de apoyo, consuelo y guía. Por eso he decidido dedicarle una serie de catequesis, que espero nos ayuden a dejarnos iluminar por su ejemplo y su testimonio. Durante algunas semanas hablaremos de san José».

La primera catequesis (17-XI-21) trató sobre «San José y el ambiente en que vivió». Como José, el hijo de Jacob, San José tiene una profunda fe en la providencia de Dios. Eso significa su nombre: «que Dios haga crecer», que Dios disponga de mi vida. El lugar de origen de José es Belén, «la casa del pan» (hebreo) o «la casa de la carne» (árabe). Ambos significados hacen referencia a la Eucaristía. Belén y Nazaret son pueblos pequeños, periféricos, marginales…, pero predilectos de Dios. El Señor conoce nuestras propias periferias, es decir, «esa parte un poco oscura que no dejamos ver, tal vez por vergüenza». El Papa nos recuerda mirar a lo esencial, y no quedarnos en las apariencias: ir al fondo de nuestro corazón y del corazón de los más humildes y pequeños, que el mundo desprecia. Al final de su catequesis, el Papa nos invita a hacer la siguiente oración: San José,

«Tú que siempre te has fiado de Dios, y has tomado tus decisiones guiado por su providencia, enséñanos a no contar tanto en nuestros proyectos, sino en su plan de amor. Tú que vienes de las periferias, ayúdanos a convertir nuestra mirada y a preferir lo que el mundo descarta y pone en los márgenes. Conforta a quien se siente solo Y sostiene a quien se empeña en silencio Por defender la vida y la dignidad humana. Amén».

La segunda catequesis (24-XI-21) la dedica el Papa a «San José en la historia de la salvación». Las dos genealogías de Jesús que contienen los evangelios nos hablan de José, como verdadero padre de Jesús (aunque no biológico), implicado en la historia de la salvación. Mateo, que recoge la genealogía de Jesús desde Abraham, presenta a José como un hombre que pasa oculto, que es discreto y silencioso, que está en segundo planto, pero llevando a cabo una labor importantísima. Lucas, que retrocede hasta Adán en la genealogía del Señor, menciona a José como custodio de la Sagrada Familia, y de la Iglesia. En nuestra sociedad «líquida» o «gaseosa» son fundamentales los vínculos humanos. Por eso se mencionan las genealogías de Jesús; para dar a entender la importancia de las relaciones familiares, también con nuestros antepasados, de los cuales venimos. Jesús está enraizado en la historia, como nosotros. El Papa termina su catequesis con la siguiente oración: 

«San José, tú que has custodiado el vínculo con María y con Jesús, ayúdanos a cuidar las relaciones en nuestra vida. Que nadie experimente ese sentido de abandono que viene de la soledad. Que cada uno se reconcilie con la propia historia, con quien le ha precedido, y reconozca también en los errores cometidos una forma a través de la cual la Providencia se ha hecho camino, y el mal no ha tenido la última palabra. Muéstrate amigo con quien tiene mayor dificultad, y como apoyaste a María y Jesús en los momentos difíciles, apóyanos también a nosotros en nuestro camino. Amén». 

La tercera catequesis del Papa (1-XII-21) se titula: «José, hombre justo y esposa de María». Los evangelios dicen que José «era justo». ¿Porqué? Porque no quiso denunciar a María al saber que estaba embarazada. Eso es lo que debía hacer —denunciarla— según una «justicia» estricta de la ley. La sentencia podría ser de lapidación o al menos de repudio. Pero él es verdaderamente justo, y decide «repudiarla en secreto», es decir, sin que cayera en María la sospecha de adulterio y la deshonra. Pero Dios interviene, a través del ángel, y en sueños, y José recibe a María. Es una lección para nosotros: «ante algunas circunstancias de la vida, que nos parecen inicialmente dramáticas, se esconde una Providencia que con el tiempo toma forma e ilumina de significado también el dolor que nos ha golpeado». José y María eran novios. Habían hecho planes. Sin embargo, «Dios parece entrar como un imprevisto en su historia y, aunque con un esfuerzo inicial, ambos abren de par en par el corazón a la realidad que se pone ante ellos». También nosotros, hemos de pasar del enamoramiento al amor maduro. El Papa recomienda a los matrimonios: «Recordadlo siempre: nunca terminar el día sin hacer las paces. Y esto os ayudará en la vida matrimonial. Este recorrido del enamoramiento al amor maduro es una elección exigente, pero tenemos que ir sobre ese camino». Y termina con una nueva oración: 

«San José, tú que has amado a María con libertad, y has elegido renunciar a tu imaginario para hacer espacio a la realidad, ayuda a cada uno de nosotros a dejarnos sorprender por Dios y a acoger la vida no como un imprevisto del que defendernos, sino como un misterio que esconde el secreto de la verdadera alegría. Obtén para todos los novios cristianos la alegría y la radicalidad, pero conservando siempre la conciencia de que solo la misericordia y el perdón hacen posible el amor. Amén».

El 8 de diciembre termina el año especial dedicado a San José. Y nosotros también damos por concluido este blog, que buscaba prestar una ayuda, especialmente a los sacerdotes, para aumentar nuestra devoción al Santo Patriarca, Padre de Jesús, Esposo de la Virgen y Patrono de la Iglesia. 

San José, maestro de la vida interior y patrono de la buena muerte, ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

miércoles, 23 de junio de 2021

Oraciones a San José (5)

Antes de comenzar nuestra reflexión de esta semana, informo a nuestros lectores que, en principio, por diversas circunstancias personales, dejaremos de publicar «posts» en este blog durante el verano. Si Dios quiere, volveremos a escribir sobre San José a partir del próximo mes de octubre. 

Hoy meditaremos sobre una oración a San José que el Papa Francisco reza todos los días. Lo comenta él mismo en su Carta Patris Corde.

Todos los días, durante más de cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san José: 

«Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».

Esta oración la podemos rezar teniendo en cuenta dos enfoques. 

El primero es el contenido mismo de la oración. Acudimos a San José «cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles». Se trata por tanto de una oración hecha en momentos de «angustia y dificultad», en los que no vemos ninguna solución a los males que nos aquejan porque parece imposible remediarlos. Se cierra toda esperanza humana. La oscuridad y las tinieblas se extienden sobre todos los ámbitos de nuestra vida. 

¡Cuántos hermanos y hermanas nuestras se hallan, actualmente, en esta situación!. Solamente el contacto diario con el interior de las personas, como por ejemplo lo tienen los sacerdotes a través de la dirección espiritual y el sacramento de la penitencia, nos permite asomarnos al dolor humano, que es muy grande en las circunstancias actuales. 

Las familias pasan por situaciones muy difíciles; no sólo económicas, o de salud, sino también, y sobre todo, de tipo psicológico y espiritual. 

Dios desea que no perdamos la paz y a esperanza, sino que acudamos a su ayuda en todo momento. Y, este año, quiere que lo hagamos, especialmente, a través de la intercesión de San José, que también tuvo que pasar situaciones muy difíciles durante su vida.

El glorioso patriarca nos enseña a abandonarnos por completo en las manos de Dios. Él también tuvo que aprender a hacerlo, mirando el comportamiento de Nuestra Señora, que era de alegría y paz profundas. Al principio de su misión, tuvo que enfrentarse a momentos de angustia: el embarazo de María sin que él supiera porqué, la estancia de María en Fin Karim junto a su prima Isabel, el viaje a Belén y el nacimiento de Jesús en la pobreza, la huída a Egipto, etc.

Muchas veces, frente a las dificultades, casi insuperables, ante las que se encontraba a cada paso, habrá sentido angustia e inquietud. Pero veía a María siempre serena y sonriente. Así fue aprendiendo a sortear los problemas con buen humor y abandono en los planes de Dios. 

Por lo tanto, qué mejor oración que la que reza el Papa todos los días para pedir la ayuda en las grandes dificultades que atraviesa el mundo. 

Y aquí contestamos con el segundo enfoque con que podemos rezar esta oración: la unión con la persona e intenciones del Papa. 

El Papa Francisco va cumplir este año 85 años de edad. Está enfermo, de sus rodillas y pulmones (y quizá de otros males que no conocemos). Tiene sobre sus hombros todo el peso de la Iglesia. ¡Cuántas críticas recibe diariamente! ¡A cuántos problemas serios tiene que hacer frente todos los días! Como sabemos, en su despacho tiene una pequeña escultura de San José dormido y, debajo de ella, pone papelitos con intenciones que le confía. Son «situaciones graves y difíciles» por las que pide. Y, al final de la oración que reza todos los días, invoca a San José para que muestre que su bondad es tan grande como su poder. 

Unamos nuestra oración a la del Papa para acudir con confianza a la intercesión de San José, por el mundo, por la Iglesia, por nuestro país, por nuestras familias, por cada uno de nosotros. «Ite ad Ioseph». Si vamos a José y ponemos en él toda nuestra confianza, no se podrá decir que hayamos acudido en vano a su favor (frase muy parecida a la que decimos en el «Acordaos» de San Bernardo. Él, muy unido a su esposa María, nos obtendrá del Señor una «buena solución» a los problemas por los que atravesamos.  

miércoles, 16 de junio de 2021

Oraciones a San José (4)

El Decreto de la Penitenciaría Apostólica, por el cual se concede la indulgencia plenaria durante el Año de San José, señala cinco modos de lucrarla.

«La indulgencia plenaria se concede en las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre) a los fieles que, con espíritu desprendido de cualquier pecado, participen en el Año de San José en las ocasiones y en el modo indicado por esta Penitenciaría Apostólica».

El cuarto modo (d) es el siguiente: 

«— d. El 1 de mayo de 1955, el Siervo de Dios Pío XII instituyó la fiesta de San José obrero, "con la intención de que todos reconozcan la dignidad del trabajo y que ella inspire la vida social y las leyes fundadas sobre la equitativa repartición de derechos y de deberes” cfr. Pío XII, Discurso con motivo de la solemnidad de san José obrero, (1 de mayo de 1955) en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pio XII, XVII 71-76]. Podrá, por lo tanto, conseguir la indulgencia plenaria todo aquel que confíe diariamente su trabajo a la protección de San José y a todo creyente que invoque con sus oraciones la intercesión del obrero de Nazaret, para que los que buscan trabajo lo encuentren y el trabajo de todos sea más digno».

Hoy ofrecemos una oración para poder ganar la indulgencia, en la que se detalla con gran sabiduría, cuáles son las condiciones de un trabajo bien hecho: 

«¡Oh glorioso San José, modelo de todos los que se consagran al trabajo! Alcanzadme la gracia de trabajar con espíritu de penitencia en expiación de mis pecados; de trabajar a conciencia poniendo el cumplimiento de mi deber por encima de mis naturales inclinaciones; de trabajar con reconocimiento y alegría, mirando como un honor el desarrollar, por medio del trabajo, los dones recibidos de Dios. Alcanzadme la gracia de trabajar con orden, constancia, intensidad y presencia de Dios, sin jamás retroceder ante las dificultades; de trabajar, ante todo, con pureza de intención y con desprendimiento de mí mismo, teniendo siempre ante mis ojos las almas todas y la cuenta que habré de dar del tiempo perdido, de las habilidades inutilizadas, del bien omitido y de las vanas complacencias en mis trabajos, tan contrarias a la obra de Dios. Todo por Jesús, todo por María, todo a imitación vuestra, ¡oh Patriarca San José! Tal será mi consigna en la vida y en la muerte. Amén».

¿Cómo podemos trabajar de modo más agradable a Dios? Podemos señalar, de manera concreta, cinco grandes condiciones: 

  1. con espíritu de penitencia en expiación de mis pecados; de trabajar a conciencia poniendo el cumplimiento de mi deber por encima de mis naturales inclinaciones; 
  2. con reconocimiento y alegría, mirando como un honor el desarrollar, por medio del trabajo, los dones recibidos de Dios; 
  3. con orden, constancia, intensidad y presencia de Dios, sin jamás retroceder ante las dificultades; 
  4. con pureza de intención y con desprendimiento de mí mismo, teniendo siempre ante mis ojos las almas todas y la cuenta que habré de dar del tiempo perdido, de las habilidades inutilizadas, del bien omitido y de las vanas complacencias en mis trabajos, tan contrarias a la obra de Dios.
  5. todo por Jesús, todo por María, todo a imitación vuestra, ¡oh Patriarca San José!

       Que esta sea, como pedimos en la oración, nuestra consigna en la vida y en la muerte.  

miércoles, 9 de junio de 2021

Oraciones a San José (3)

Al final de la Carta Apostólica Patris Corde, el Papa Francisco nos invita a dirigir nuestra plegaria a San José, padre de Jesús. A lo largo del documento ha reflexionado sobre la paternidad de José y ahora hace suya una oración en la que pide que el Santo Patriarca se muestre «padre también a nosotros», nos conceda «gracia, misericordia y valentía», y nos defienda «de todo mal». 

Salve, custodio del Redentor  

y esposo de la Virgen María.

A ti Dios confió a su Hijo,

en ti María depositó su confianza,

contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,

muéstrate padre también a nosotros

y guíanos en el camino de la vida.

Concédenos gracia, misericordia y valentía,

y defiéndenos de todo mal. Amén.

La Iglesia, desde el principio, ha formulado su fe por medio de oraciones vocales, siguiendo también la tradición del pueblo de Israel. El modelo de todas las oraciones vocales es la Oracion dominical, el Padre Nuestro, que el mismo Jesucristo enseñó a sus apóstoles. También está en la cumbre de las oraciones, el Ave María o Salutación angélica, a través de la cual expresamos nuestro amor y devoción a la Virgen. 

El Símbolo de los Apóstoles o Credo, la Salve (compuesta por San Bernardo en el siglo XII), y otras oraciones que recitamos diariamente, han quedado como patrimonio del pueblo cristiano. Muchas de ellas son oraciones compuestas por los santos y las santas, o están en el gran tesoro de la Liturgia de la Iglesia.

Aunque, especialmente en nuestra época, se valora más la oración sincera y personal con la que cada uno nos podemos dirigir a Dios espontáneamente, sin fórmulas fijas; no se pueden despreciar las oraciones vocales, que tienen una gran riqueza. 

San Josemaría Escrivá de Balaguer, solía poner el ejemplo de la «falsilla», una hoja rayada, que se ponía debajo del papel en el cual se iba a escribir. Las rayas, especialmente para los niños pequeños, eran una magnífica guía para conseguir que los renglones no se torcieran. De esa manera, quienes aprendían a escribir, pronto podían hacerlo sin la «falsilla», que ya no necesitaban porque habían adquirido el hábito de hacerlo correctamente.

En nuestro caso, sabiéndonos siembre «niños pequeños», que apenas comienzan a balbucear, necesitamos siembre la «falsilla», que son las oraciones vocales tradicionales: fórmulas sencillas, de rico contenido, con las que nos dirigimos a Dios, la Virgen o los santos, para alabar, dar gracias, pedir perdón o ayuda en nuestras necesidades. 

De hecho, la oración vocal también debe ser oración mental. Es verdad de que hay el peligro que nuestras oraciones se reciten maquinalmente, sin pensar en ellas o de manera distraída. Por eso, por ejemplo, la Iglesia nos recomienda a los sacerdotes, antes de comenzar la Liturgia de las Horas (que es una oración vocal), que digamos una sencilla oración para pedir que podamos rezar «pie, atente ac devote»: piadosa, atenta y devotamente; despacio, sin prisas, fijándonos en lo que leemos, de modo que «mens concordet voci nostrae», que nuestra mente concuerde con nuestra voz.  

Es muy aconsejable aprender de memoria oraciones vocales, para luego poder repetirlas cuando sea necesario. Los sacerdotes, por ejemplo, solemos decir de memoria las oraciones que hay previstas para el momento de revestirnos con los ornamentos, antes de la Misa. 

Aprovechemos, pues, estas oraciones a San José, en su Año, para hacerlas nuestras y así poder invocar al Santo Patriarca con el tesoro devocional de la Iglesia. 

miércoles, 2 de junio de 2021

Oraciones a San José (2)

Entre las oraciones que se han recomendado, particularmente a los sacerdotes, com preparación para celebrar la Misa está el «O felicem virum».

Sin embargo, es una oración que puede rezar cualquier fiel cristiano, si se entiende el «tuis sanctis altáribus deservíre» en sentido amplio, es decir, como participación activa que todos los fieles deben tener durante las celebraciones litúrgicas.  

Muchos buenos sacerdotes, y también fieles cristianos, de antaño, recitaban, incluso de memoria, esta admirable oración, con la que podemos lucrar este Año de San José la indulgencia plenaria todos los días. 

El texto latino tiene una fuerza especial:

O felícem virum, beátum Ioseph, cui datum est Deum, quem multi reges voluérunt vidére et non vidérunt, audíre et non audiérunt, non solum vidére et audíre, sed portáre, deosculári, vestíre et custodíre!

V/. Ora pro nobis, beáte Ioseph. 

R/. Ut digni efficiámur pro­mi­ssiónibus Christi. 

Oremus. Deus, qui dedísti nobis regále sa­cer­dótium, præsta, quǽsumus, ut, sicut beátus Ioseph unigénitum Fílium tuum, natum ex Maria Vírgine, suis mánibus reverénter tractáre méruit et portáre, ita nos facias cum cordis mundítia et óperis innocéntia tuis sanctis altáribus deservíre, ut sa­cro­sánctum Fílii tui Corpus et Sánguinem hódie digne sumámus, et in futúro sǽculo prǽmium habére mereámur ætérnum. Per Christum Dóminum nostrum. Amen.

La traducción castellana es la siguiente: 

¡Oh feliz varón, bien­aven­turado José, a quien le fue concedido no sólo ver y oír al Dios a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron; sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo! 

V/. Ruega por nosotros, bien­aven­turado José. 

R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. 

Oremos. Oh Dios, que nos concediste el sacerdocio real; te pedimos que, así como San José mereció tratar y llevar en sus brazos con cariño a tu Hijo unigénito, nacido de la Virgen María, hagas que nosotros te sirvamos con corazón limpio y buenas obras, de modo que hoy recibamos dignamente el sacrosanto cuerpo y sangre de tu Hijo, y en la vida futura merezcamos alcanzar el premio eterno. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

*          *          *

Si procuramos rezar esta oración cada cada vez que nos preparemos para celebrar o asistir a la Santa Misa, notaremos cómo el Espíritu Santo va haciendo nuestro corazón más delicado y mejor dispuesto para aprender a tratar a Jesús, en la Eucaristía, como lo trataron María y José. Alejaremos la rutina de nuestra alma. Procuraremos siempre acudir a la Comunión con un corazón más limpio, y desearemos poder ofrecer al Señor obras mejor acabadas y con más amor. 

Además, comprenderemos mejor nuestro sacerdocio real, y ministerial (en el caso de los sacerdotes), que principalmente consiste en llenarnos del amor a Jesucristo, para luego poderlo dar a los demás. 

Mañana celebraremos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este día, y su octava, es una magnífica ocasión para —por la intercesión de San José— cuidar más el modo de acercarnos a la Comunión: con la pureza, humildad y devoción con que recibieron a Jesús, Nuestra Madre María y su esposo San José.    


 

miércoles, 26 de mayo de 2021

Oraciones a San José (1)

Entramos de nuevo en el Tiempo Ordinario. Estamos recorriendo la Octava Semana durante el año litúrgico. Las lecturas de este miércoles nos hablan de pedir al Señor su misericordia y el cumplimiento de sus promesas (1ª Lectura y Salmo), y de estar dispuestos a beber el cáliz del Señor, y de ser el último, el más pequeño de todos, para servir a nuestros hermanos.

San José es nuestro intercesor, para pedir todo lo que necesitemos; especialmente la misericordia del Señor y el cumplimiento de sus promesas. Además, nos enseña a amar la vida sencilla y humilde, y también a aumentar en nosotros el deseo de servir con alegría: ¡Podemos!

Pero para acudir a la intercesión del Santo Patriarca, necesitamos conocer e incluso aprender de memoria —como él lo hacía— oraciones de petición, de agradecimiento, de alabanza. 

A continuación, y en los posts siguientes, iremos repasando gran parte del tesoro devocional de la Iglesia que, a lo largo de los siglos, se ha formado y ha alimentado la piedad de muchos santos. 

Durante este Año dedicado a San José, el Papa Francisco, a través de la Penitenciaría Apostólica, concede indulgencias plenarias que vale la pena tratar de lucrar, todos los días. 

«Con el fin de reafirmar la universalidad del patrocinio de la Iglesia por parte de San José, además de las ocasiones mencionadas, la Penitenciaría Apostólica concede una indulgencia plenaria a los fieles que recen cualquier oración o acto de piedad legítimamente aprobado en honor de San José, por ejemplo "A ti", oh bienaventurado José", especialmente el 19 de marzo y el 1 de mayo, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, el domingo de San José (según la tradición bizantina), el 19 de cada mes y cada miércoles, día dedicado a la memoria del Santo según la tradición latina» (ver Decreto).

La oración «A ti, oh bienaventurado José», recomendada por Leon XIII en la Encíclica Quamquam pluries, de León XIII, 15-VIII-1889. es la siguiente: 

«A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén». 

En esta oración pedimos que, por intercesión de San José, Dios nos socorra en nuestra tribulación y demás necesidades, y que, como Patrono de la Iglesia, San José la defienda de toda adversidad. 


 

miércoles, 19 de mayo de 2021

San José, padre en la sombra

Con el final del Tiempo Pascual, también concluimos hoy, 19 de mayo, con el comentario de la Carta Apostólica Patris Corde. En los posts anteriores hemos ido comentando las siete características que señala el Papa Francisco de la paternidad de San José. La séptima es «Padre en la sombra».

«El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre (del año 1977), noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida (Juan Pablo II, Redemptoris custos, 7-8)» (Patris Corde, 7).

Vale la pena leer la «novela» del autor polaco. Se nota que estudió con cuidado el marco histórico y cultural en el que se desarrollo la vida de la Sagrada Familia. Y, sobre todo, Dobraczyński refleja muy bien los pensamientos, emociones y actitudes que debieron tener Jesús, María y José. Lo hace con gran delicadeza y hondo conocimiento del hombre; y también teniendo presente siempre el gran misterio que envuelve toda su vida. 

José, después de verse envuelto en sucesos inexplicables humanamente, acepta con alegría y fidelidad total la misión que Dios le confiere, de ser el padre del Mesías esperado en Israel. 

En muchos pasajes del libro, el autor nos hace ver que José se sentía plenamente responsable de aquella Familia, que la Providencia había puesto a su cuidado. 

José era padre de Jesús y esposo de María pero, a la vez, se sabía instrumento de un plan sapientísimo, que requería su entrega total. Respetó la decisión de María de mantenerse virgen y, él mismo, también asume este modo de viva. Por eso se llama a San José, padre vastísimo o virginal de Jesús. 

El Papa profundiza en lo que significa la castidad de José. Equivale al amor a la libertad, sin afán de poseer, sino de respetar y dejar libres a los demás, para que, cada uno, sigue el camino que Dios le pide. 

«La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida» (Ibidem). 

Y, vivir en la libertad, es siempre darse a sí mismo: amar. El don de sí «es la maduración del simple sacrificio», dice el Papa. 

La misión de un padre es secundar la acción del Espíritu Santo en las almas de los que tiene a su cuidado, porque sólo Dios es Padre y sólo el Espíritu es el Santificador, que nos lleva a Cristo. «No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).

En definitiva, todos somos «sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo».

En este mes de mayo, a la espera del Paráclito, acudimos a Nuestra Señora, siempre Virgen y siempre Madre. 

miércoles, 12 de mayo de 2021

San José, padre trabajador

El sexto rasgo o característica que señala el Papa Francisco a San José, en su Carta Apostólica Patris corde, es que era «trabajador». Ya León XIII, en sus encíclicas sociales, destaca esta cualidad del esposo de María: era naggar (hebreo), faber (latín), artesano.

Los cuatro párrafos que dedica el papa a este tema los escribe en el marco de la pandemia actual: hay desempleo y falta dignidad en muchos de los trabajos que desempeñan nuestros contemporáneos. Todos los días podemos obtener una indulgencia plenaria si rezamos una oración a san José pidiendo por estas dos intenciones. 

¿Porque subraya el papa estos puntos? Porque «como el ave fue hecha para volar, el hombre fue hecho para trabajar» (cfr. Job 5, 7). San Josemaría (1902-1975) dedicó toda su vida a difundir este mensaje: el trabajo es medio de santificación: santificar el trabajo, santificarse con el trabajo, santificar a través del trabajo. Es —decía— el «marco o quicio de nuestra santificación». 

Todos los hombres dedicamos muchas horas de nuestro día al trabajo, a ocupaciones diferentes que se pueden convertir en trabajo. Un jubilado puede trabajas, un niño puede trabajar, un discapacitado puede trabajas, un enfermo puede trabajar. El trabajo, no necesariamente, de ser remunerado. Hay trabajos que no lo son: el de una madre de familia que hace el aseo de la casa, lava la ropa de la familia y prepara los alimentos. Un enfermo puede estar en la cama y considerar que, su trabajo, en esas circunstancias, es estar en la cama, dejarse ayudar y ofrecer sus dolores por la salvación de los hombres. 

En la Patris corde el papa se refiere particularmente al trabajo remunerado. Sin embargo, hay un concepto de trabajo más amplio, que se aplica a todos los hombres, en cualquier circunstancia en la que estén. Incluso una religiosa contemplativa puede considerar que su trabajo es rezar, estar delante del Santísimo muchas horas haciendo oración. 

El trabajo, para que sea cooperación en la obra creadora, redentora y santificadora de Dios, ha de tener dos cualidades: estar bien hecho y hecho por amor. No es fácil trabajar bien. Hay que poner todo nuestro empeño en aprender a trabajar, poniendo en juego todas nuestras capacidades humanas en esa tarea: entendimiento, voluntad, emociones, habilidades, virtudes (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, humildad, etc.). Siempre podemos hacer un poco mejor nuestro trabajo. De esta manera nos santificamos y santificamos el trabajo bien hecho. 

Pero, además, el trabajo debe ser hecho con rectitud de intención: por amor a Dios, para darle toda la gloria. Si un trabajo está hecho por vanidad, con afán de poder, por egoísmo, por un deseo inmoderado de obtener riquezas, etc., ese trabajo no es agradable a Dios.

San José es ejemplo de hombre que trabajaba bien, con perfección humana, y por amor a Dios. 

El trabajo, además, tiene una dimensión social. Es bueno para la familia y la sociedad. Los frutos del trabajo son abundantes. Un pueblo trabajador es artífice de la paz, si ese trabajo es colaboración de todos para el desarrollo humano, cultura y social del hombre.

Recientemente, Mons. Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei, decía que «el trabajo nos ofrece la oportunidad de progresar en otra de sus dimensiones: la capacidad de acogida y apertura a los demás» (cfr. El trabajo del futuro: dignidad y encuentro). 

¿Qué podemos hacer para lograr el ideal que nos propone el papa: «¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!?».

Podemos empezar por nosotros mismos: tener un trabajo que nos dignifique, que sea medio de santificación. Además, podemos influir para que, quienes están más cerca, tengan esta mentalidad de trabajar, bien y por amor. Y, en algunos casos, podremos contribuir, según nuestras posibilidades, a crear fuentes de trabajo, de modo que verdaderamente, como dice el papa, el trabajo se convierta en una oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino. 

Hoy se celebra en la Iglesia la festividad del Beato Álvaro del Portillo (1914-1994), sucesor de San Josemaría Escrivá y primer Prelado del Opus Dei. Tuve la fortuna de convivir con él en varias ocasiones (1973-1976, 1983, 1986, 1988…). ¿Qué es lo que me quedó más grabado de esa convivencia? Sin duda, su constante presencia de Dios y su gran humildad. 

En este mes de mayo, también puedo referirme al gran amor que le tenía a Nuestra Señora, especialmente en los «años marianos» que dispuso se vivieran en la Obra con motivo de aniversarios señalados, como los de las fechas fundacionales del Opus Dei (1928, 1930, 1943). Le gustaba contemplar a la Virgen «atareada en las faenas del hogar», un ejemplo sin duda de su trabajo constante, ordenado y lleno de amor a Dios.   


 

miércoles, 5 de mayo de 2021

San José, padre de la valentía creativa

Esta semana, dedicaremos nuestra reflexión al quinto rasgo que señala el Papa Francisco en la paternidad de San José: la valentía creativa.

Al principio de su exposición, en la Carta Apostólica Patris Corde, relaciona esta característica con la anterior: la acogida. De hecho, los cuatro primeros rasgos de San José, como padre, tienen que ver con su modo de ser silencioso y amable: padre amado, padre en la ternura, padre obediente y padre en la acogida. Los próximos dos se relacionarán más con la «acción» de San José, es decir, con el fruto de su profunda vida interior y de amor a Dios, que es la fortaleza para acometer valiente y creativamente la misión que Dios le encomienda, especialmente a través de su trabajo y de su ingenio humano.  

Desde luego, en San José, estas dos dimensiones de su personalidad (oración y acción) van siempre unidas. No hace nada sin contar con Dios. En él se da una profunda unidad de vida. 

El Papa va señalando los distintos acontecimientos que aparecen en la vida de José, desde que conoce a María hasta el final de su recorrido aquí en la tierra. A través de estos eventos nos podemos dar cuenta de que Dios le permitía desarrollar admirablemente sus cualidades humanas de previsión, fortaleza, ingenio y capacidad para afrontar lo que la Providencia iba poniendo delante de él. 

El Papa utiliza la expresión «valentía creativa», que nos sugiere, por una parte, el valor que se necesita para lanzarse a lo desconocido; para arriesgarse sin conocer todos los elementos; para tomar decisiones con rapidez y prudencia, y acertar a resolver los problemas que se presentan con un ánimo firme. 

Por otra parte, la «creatividad» se refiere a la cualidad de poner el entendimiento y la razón en las cosas que se tienen entre manos, descubriendo la multitud de posibilidades que se tienen por delante y escogiendo con arte y maestría las acciones más convenientes. 

En definitiva, el Papa, en este quinto punto de su carta, nos quiere animar a, como decía San Josemaría Escrivá, «poner todos los medios humanos, como si no hubiera ninguno sobrenatural; y poner todos los medios sobrenaturales, como si no hubiera ninguno humano». Esta frase, a mi entender, no quiere decir que, al actuar, nos olvidemos de Dios; o al rezar, de que somos hombres. Quiere decir que, cuando recemos, no dejemos de poner todos los recursos humanos que tenemos a nuestra disposición y, cuando actuemos, pongamos los medios de la gracia sin descuidar ninguno. 

Hay un refrán español que resume bien todo lo anterior: «A Dios rogando y con el mazo dando». Así tiene que ser el talante habitual del cristiano que une admirablemente, en su vida, lo humano y lo divino, sin dejar a un lado lo uno y lo otro. 

San José, no se paraliza al darse cuenta de que sus «recursos humanos» son pequeños. Se sabe pobre y frágil. Es uno de los «pequeños» de los que habla Jesús en el Evangelio. Sin embargo, hace todo lo que puede, en cada caso. De esta manera, es un punto de apoyo para que Dios, con la palanca de su poder infinito, mueva el mundo, para la salvación del género humano. 

«De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia» (Patris corde, n. 5).

Al final de este punto, el Papa desea que reflexionemos sobre el cuidado que San José tiene del Niño y de su Madre. Y nos pregunta cómo imitamos al Santo Patriarca en este punto. 

«Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (Patris corde, n. 5).

Vale la pena que meditemos despacio lo que nos dice el Papa.  

miércoles, 28 de abril de 2021

San José, padre en la acogida

La cuarta característica que señala el Papa Francisco a San José, en su Carta Patris corde es la capacidad de «acogida». San José es padre en la acogida.

La primera clara muestra de «acogida», por parte de José, es haber recibido a María en su casa, una vez que estaban desposados y él se da cuenta de que Nuestra Señora estaba esperando un hijo, sin que ella le hubiera dicho nada al respecto. 

San José se encuentra con un gran misterio. No desconfía de la Virgen, pero tampoco sabe explicar lo que ha sucedido. Es el ángel, en sueños, quien le indica: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).

El Santo Patriarca no pone condiciones a las palabras del ángel. Comprende que es un enviado de Dios y opta por la fe. 

El Papa se detiene a analizar esta decisión de José y lo expresa de este modo: «José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia».

¿Qué significa «reconciliarse con la propia historia»? Me parece que lo que no quiere decir el Papa es que San José es un hombre «realista», que no hace teorías, que cree profundamente en la Providencia de Dios. 

El «abandono en Dios» del que nos habla el Papa no es resignación, o debilidad, o pasividad… Podría darse una actitud «providencialista» en nuestra vida. Es decir, cabe un «abandono» que más bien es comodidad, ingenuidad, falta de realismo. 

El Evangelio nos muestra un San José, por una parte con mucha fe, pero también con mucho sentido común. La actitud de «acogida» de los planes de Dios debe tener esos dos componentes. San Josemaría Escrivá lo expresaba de un modo muy sencillo: hay que tener la cabeza en el cielo, pero los pies en la tierra. 

«Reconciliarse con la propia historia» es, por lo tanto, no vivir «en las nubes» o desear una situación ideal que no corresponde a la realidad en la que vivimos. También san Josemaría recordaba la historia de Tartarín de Tarascón, que iba por los pasillos de su casa con una escopeta intentando cazar leones. Los sueños «tartarinescos» no son buenos. Es mucho mejor tratar de conocerse uno mismo, saber cuáles son nuestras virtudes y nuestros defectos, y aceptar plenamente todas las circunstancias en las que vivimos, sin pretender cambiarlas. 

La propia historia es la propia realidad: vivir con los pies en la tierra. Esto no significa que nos quedemos como apocados y refugiados en un rincón. San José, seguramente, tendría planes para su familia; tendría ilusiones. Pero sabe aceptar los designios de Dios, por ejemplo, de permanecer oculto en Nazaret, trabajando en su taller de artesano por muchos años.

San José no pretende «entender» todo lo que sucede en su vida. Pero tiene «los ojos abierto», como dice el Papa, gracias a su gran fe. Ve más allá. Su mirada se dirige al sentido de su vocación, a lo que sólo se puede ver si se está en sintonía plena con la voluntad de Dios. 

El Papa, al final de este punto, nos ayuda a comprender que, además de la «acogida» de los planes de Dios, está la «acogida» de nuestros hermanos. Tener un corazón capaz de acoger significa también aceptar a los demás como son: con sus defectos, con sus peculiaridades; sin que esas características condicionen nuestro amor hacia ellos. 

La «acogida», en este sentido, está muy relacionada con la «ternura». Si tenemos un corazón grande y compasivo, sabremos acoger con generosidad a nuestros hermanos, especialmente a los más pequeños y débiles, en los que más se muestra la fragilidad humana.

Como hace el Papa, podemos suponer en San José muchas de las actitudes que vemos en Jesús cuando muestra su infinita capacidad de amar en la parábola del hijo pródigo, en el suceso de la pobre viuda del Templo y, en general, en toda su predicación y su ejemplo de vida. 

San José estaría siempre pendiente de María, su Esposa, y aprendería de Ella a comprender más profundamente la importancia de tener un corazón de padre acogedor y cariñoso.  


 

miércoles, 21 de abril de 2021

José, padre en la obediencia

La tercera característica que pone el Papa Francisco en San José es la de «Padre en la obediencia» (cfr. Carta Apostólica Patris Corde).

Sabemos que el papa tiene en su habitación de Santa Marta una figura de San José durmiendo, debajo de la cual pone intenciones que le pide, para que interceda por ellas ante el Señor. Al papa le llama mucho la atención «los sueños» de José. 

En las culturas antiguas era común la creencia de que Dios hablaba a los hombres a través de los sueños. Evidentemente, no es que José haya tomado esa idea de los pueblos paganos. En su caso, no se trató de una «creencia» sino de una realidad: San José tenía la certeza de que Dios le había hablado a través de un sueño. No eran los suyos sueños «normales», como los que podemos tener nosotros. Él sabía que Dios había intervenido en su vida de esa manera para indicarle cuál era su voluntad. 

Si no fuese así, San José podría no haber hecho caso a los sueños que tenía. Era un hombre realista y no era crédulo. La obediencia de San José era auténtica «obediencia de fe». La misma que tuvo María cuando el Arcángel San Gabriel le anunció que iba a ser Madre de Dios y por la cual Ella aceptó el plan de Dios con su «fíat». 

El papa menciona los cuatro sueños de José: 1) el que le indicaba recibir a María como esposa, 2) el que le revelada la necesidad de la huída a Egipto, 3) el de la vuelta a Israel y 4) el que le confirmaba una intuición que José había tenido de no ir a Judea, donde reinaba Arquelao, hijo de Herodes, sino dirigirse a Galilea.

Además de estos sueños, que tienen que ver con un tipo de obediencia —la obediencia a la revelación directa de los planes de Dios, por inspiración personal—, el papa menciona otras clases de obediencia, mas comunes. 

Una de ellas es la obediencia a la Ley. José obedece los mandatos de la Ley civil. Cuando el gobernador Quirino ordena un censo en Israel, y que cada familia vaya al lugar de su origen, José obedece y se traslada de Nazaret a Belén, pues era de la Casa de David. 

También obedece la Ley religiosa, de su pueblo Israel. Circuncida a Jesús a los ocho días de su nacimiento y le pone un nombre. Luego, a los 40 días de nacida, va con María al Templo para que Ella sea purificada. Todos los años hace una peregrinación a Jerusalén, en las diversas fiestas en las que estaba preceptuado asistir a los israelitas. Cumplía con celo todas las prescripciones de la Ley, hasta las más pequeñas, y enseña a Jesús a hacerlo, de modo que Él, en su vida pública dirá que no ha venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento y que no se puede despreciar ni una tilde de la Ley. 

Pero, sobre todo, San José cumple la Ley de Dios grabada en su conciencia, y se adapta a todos los planes de la Providencia divina. Como para Jesús, su alimento era cumplir la voluntad de Dios en todo. Y eso es lo que enseña, humanamente, a su Hijo. 

La obediencia es «capacidad de escuchar». Eso es, etimológicamente: «ob-audire». Escuchar atentamente es la cualidad central del que es verdaderamente obediente.        

En una homilía en el oratorio de las Hermanas de la Madre Dolorosa, en Roma (19-III-1992), el Papa Benedicto XVI recuerda que quedó admirado ante una imagen de José perteneciente a un viejo retablo portugués. Se veía al Santo Patriarca dormido, en una tienda, pero vestido, de pié y con un bastón, en actitud de alerta, y de estar dispuesto a comenzar a caminar. 

Esa imagen, según el papa Benedicto, representa al hombre de oración (que está atento a la voluntad de Dios, que se le revela en la oración),  pero también al servidor leal, dispuesto a salir rápidamente a cumplir lo que se le indique.

La obediencia de José es inteligente, libre, pronta, alegre y total. En este miércoles, dedicado a él, podemos acudir a su intercesión para que nos ayude —siguiendo también el ejemplo de su Esposa María—, a tener la disposición de vivir esta virtud que nos hará permanecer en el camino y llegar finalmente a la meta a la que Dios nos llama.   

 

miércoles, 14 de abril de 2021

San José, padre de la ternura

El segundo rasgo de la paternidad de José, que el Papa Francisco pone a nuestra consideración, en la Patris corde, es su ternura.

¿Qué es la ternura? El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua dice que es un «sentimiento de cariño entrañable» (2ª acepción). Lo «tierno» es lo que es «afectuoso, cariñoso y amable» (5ª acepción) o «delicado o suave» (6ª acepción). Lo «entrañable» es lo «íntimo, muy afectuoso».

Esta palabra la encontramos en la Sagrada Escritura. El Papa recoge en su Carta apostólica varias citas sobre la ternura de Dios: 

«Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13); «su ternura alcanza a todas las criaturas (Sal 145,9). 

Hay otra palabra castellana que es similar: «compasión». Jesús tiene compasión por la muchedumbre que le sigue. Se compadece del pobre y del pecador.  En el DRAE se define así: «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien». También es ternura, pero añade el matiz de «sufrir con el orto», de compadecerse de su miseria y pequeñez.

Así es el amor de Dios: compasivo y misericordioso; lleno de ternura. Así debería ser nuestro amor hacia nuestros hermanos. Nunca severo y acusador. Al contrario: tendríamos que ponernos del lado del que necesita comprensión y compasión. 

Además, dice el Papa, el amor de Dios —que debemos imitar— aprovecha lo que es motivo de compasión y ternura como punto de apoyo para, con la palanca de su poder, mover el mundo. Dios utiliza nuestras miserias y fragilidades para transformarnos y hacer grandes cosas. Tenemos el ejemplo de San Pablo, a quien dice el Señor: «mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Co 12, 9): «virtus in infirmitate perficitur». «Cuando soy más débil, entonces soy más fuerte»: «cum infirmor tunc potens sum» (2 Cor 12, 10). San Pablo se gloriaba en su debilidad, porque era una ocasión para que se manifestara el poder de Dios en él. 

Por todo ello el Papa nos anima a aceptarnos tal como somos y también aceptar a nuestros hermanos sin pretender cambiarlos. Ya cambiarán, pero no a base de regaños o malos modos, sino a base de cariño, ternura y compasión. Antiguamente algunos maestros decían que «la letra con sangre entra». Gracias a Dios ya han pasado esas épocas. Sin embargo, ahora, la educación ha virado 180 grados, y la tónica es la «tolerancia» a toda costa. La ternura no puede estar reñida con la verdad. San Pablo lo dice a los efesios: «veritatem facientes in caritate» (Ef 4, 15).

No es fácil compaginar estos dos aspectos del mandamiento de Cristo. La ternura y la compasión no implican pasar por alto los mandamientos de Dios. No podemos dejar a los demás en la mentira y la oscuridad. Es verdad que la ternura auténtica no pone condiciones: se ama al pecador, se haya arrepentido o no. Pero una ternura que, en realidad, sea complicidad con el mal, no es agradable a Dios. 

El Papa nos hace notar que «la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona».

«La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).

La mejor manera de adquirir esa «capacidad de ternura» con los demás es experimentarla frecuentemente en el Sacramento de la Penitencia: 

«Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura» (Patris corde).

San José y María nos enseñarán a vivir esa «ternura» y compasión en nuestra vida ordinaria.      


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