miércoles, 12 de mayo de 2021

San José, padre trabajador

El sexto rasgo o característica que señala el Papa Francisco a San José, en su Carta Apostólica Patris corde, es que era «trabajador». Ya León XIII, en sus encíclicas sociales, destaca esta cualidad del esposo de María: era naggar (hebreo), faber (latín), artesano.

Los cuatro párrafos que dedica el papa a este tema los escribe en el marco de la pandemia actual: hay desempleo y falta dignidad en muchos de los trabajos que desempeñan nuestros contemporáneos. Todos los días podemos obtener una indulgencia plenaria si rezamos una oración a san José pidiendo por estas dos intenciones. 

¿Porque subraya el papa estos puntos? Porque «como el ave fue hecha para volar, el hombre fue hecho para trabajar» (cfr. Job 5, 7). San Josemaría (1902-1975) dedicó toda su vida a difundir este mensaje: el trabajo es medio de santificación: santificar el trabajo, santificarse con el trabajo, santificar a través del trabajo. Es —decía— el «marco o quicio de nuestra santificación». 

Todos los hombres dedicamos muchas horas de nuestro día al trabajo, a ocupaciones diferentes que se pueden convertir en trabajo. Un jubilado puede trabajas, un niño puede trabajar, un discapacitado puede trabajas, un enfermo puede trabajar. El trabajo, no necesariamente, de ser remunerado. Hay trabajos que no lo son: el de una madre de familia que hace el aseo de la casa, lava la ropa de la familia y prepara los alimentos. Un enfermo puede estar en la cama y considerar que, su trabajo, en esas circunstancias, es estar en la cama, dejarse ayudar y ofrecer sus dolores por la salvación de los hombres. 

En la Patris corde el papa se refiere particularmente al trabajo remunerado. Sin embargo, hay un concepto de trabajo más amplio, que se aplica a todos los hombres, en cualquier circunstancia en la que estén. Incluso una religiosa contemplativa puede considerar que su trabajo es rezar, estar delante del Santísimo muchas horas haciendo oración. 

El trabajo, para que sea cooperación en la obra creadora, redentora y santificadora de Dios, ha de tener dos cualidades: estar bien hecho y hecho por amor. No es fácil trabajar bien. Hay que poner todo nuestro empeño en aprender a trabajar, poniendo en juego todas nuestras capacidades humanas en esa tarea: entendimiento, voluntad, emociones, habilidades, virtudes (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, humildad, etc.). Siempre podemos hacer un poco mejor nuestro trabajo. De esta manera nos santificamos y santificamos el trabajo bien hecho. 

Pero, además, el trabajo debe ser hecho con rectitud de intención: por amor a Dios, para darle toda la gloria. Si un trabajo está hecho por vanidad, con afán de poder, por egoísmo, por un deseo inmoderado de obtener riquezas, etc., ese trabajo no es agradable a Dios.

San José es ejemplo de hombre que trabajaba bien, con perfección humana, y por amor a Dios. 

El trabajo, además, tiene una dimensión social. Es bueno para la familia y la sociedad. Los frutos del trabajo son abundantes. Un pueblo trabajador es artífice de la paz, si ese trabajo es colaboración de todos para el desarrollo humano, cultura y social del hombre.

Recientemente, Mons. Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei, decía que «el trabajo nos ofrece la oportunidad de progresar en otra de sus dimensiones: la capacidad de acogida y apertura a los demás» (cfr. El trabajo del futuro: dignidad y encuentro). 

¿Qué podemos hacer para lograr el ideal que nos propone el papa: «¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!?».

Podemos empezar por nosotros mismos: tener un trabajo que nos dignifique, que sea medio de santificación. Además, podemos influir para que, quienes están más cerca, tengan esta mentalidad de trabajar, bien y por amor. Y, en algunos casos, podremos contribuir, según nuestras posibilidades, a crear fuentes de trabajo, de modo que verdaderamente, como dice el papa, el trabajo se convierta en una oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino. 

Hoy se celebra en la Iglesia la festividad del Beato Álvaro del Portillo (1914-1994), sucesor de San Josemaría Escrivá y primer Prelado del Opus Dei. Tuve la fortuna de convivir con él en varias ocasiones (1973-1976, 1983, 1986, 1988…). ¿Qué es lo que me quedó más grabado de esa convivencia? Sin duda, su constante presencia de Dios y su gran humildad. 

En este mes de mayo, también puedo referirme al gran amor que le tenía a Nuestra Señora, especialmente en los «años marianos» que dispuso se vivieran en la Obra con motivo de aniversarios señalados, como los de las fechas fundacionales del Opus Dei (1928, 1930, 1943). Le gustaba contemplar a la Virgen «atareada en las faenas del hogar», un ejemplo sin duda de su trabajo constante, ordenado y lleno de amor a Dios.   


 

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