Con el final del Tiempo Pascual, también concluimos hoy, 19 de mayo, con el comentario de la Carta Apostólica Patris Corde. En los posts anteriores hemos ido comentando las siete características que señala el Papa Francisco de la paternidad de San José. La séptima es «Padre en la sombra».
«El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre (del año 1977), noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida (Juan Pablo II, Redemptoris custos, 7-8)» (Patris Corde, 7).
Vale la pena leer la «novela» del autor polaco. Se nota que estudió con cuidado el marco histórico y cultural en el que se desarrollo la vida de la Sagrada Familia. Y, sobre todo, Dobraczyński refleja muy bien los pensamientos, emociones y actitudes que debieron tener Jesús, María y José. Lo hace con gran delicadeza y hondo conocimiento del hombre; y también teniendo presente siempre el gran misterio que envuelve toda su vida.
José, después de verse envuelto en sucesos inexplicables humanamente, acepta con alegría y fidelidad total la misión que Dios le confiere, de ser el padre del Mesías esperado en Israel.
En muchos pasajes del libro, el autor nos hace ver que José se sentía plenamente responsable de aquella Familia, que la Providencia había puesto a su cuidado.
José era padre de Jesús y esposo de María pero, a la vez, se sabía instrumento de un plan sapientísimo, que requería su entrega total. Respetó la decisión de María de mantenerse virgen y, él mismo, también asume este modo de viva. Por eso se llama a San José, padre vastísimo o virginal de Jesús.
El Papa profundiza en lo que significa la castidad de José. Equivale al amor a la libertad, sin afán de poseer, sino de respetar y dejar libres a los demás, para que, cada uno, sigue el camino que Dios le pide.
«La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida» (Ibidem).
Y, vivir en la libertad, es siempre darse a sí mismo: amar. El don de sí «es la maduración del simple sacrificio», dice el Papa.
La misión de un padre es secundar la acción del Espíritu Santo en las almas de los que tiene a su cuidado, porque sólo Dios es Padre y sólo el Espíritu es el Santificador, que nos lleva a Cristo. «No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).
En definitiva, todos somos «sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo».
En este mes de mayo, a la espera del Paráclito, acudimos a Nuestra Señora, siempre Virgen y siempre Madre.