miércoles, 28 de abril de 2021

San José, padre en la acogida

La cuarta característica que señala el Papa Francisco a San José, en su Carta Patris corde es la capacidad de «acogida». San José es padre en la acogida.

La primera clara muestra de «acogida», por parte de José, es haber recibido a María en su casa, una vez que estaban desposados y él se da cuenta de que Nuestra Señora estaba esperando un hijo, sin que ella le hubiera dicho nada al respecto. 

San José se encuentra con un gran misterio. No desconfía de la Virgen, pero tampoco sabe explicar lo que ha sucedido. Es el ángel, en sueños, quien le indica: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).

El Santo Patriarca no pone condiciones a las palabras del ángel. Comprende que es un enviado de Dios y opta por la fe. 

El Papa se detiene a analizar esta decisión de José y lo expresa de este modo: «José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia».

¿Qué significa «reconciliarse con la propia historia»? Me parece que lo que no quiere decir el Papa es que San José es un hombre «realista», que no hace teorías, que cree profundamente en la Providencia de Dios. 

El «abandono en Dios» del que nos habla el Papa no es resignación, o debilidad, o pasividad… Podría darse una actitud «providencialista» en nuestra vida. Es decir, cabe un «abandono» que más bien es comodidad, ingenuidad, falta de realismo. 

El Evangelio nos muestra un San José, por una parte con mucha fe, pero también con mucho sentido común. La actitud de «acogida» de los planes de Dios debe tener esos dos componentes. San Josemaría Escrivá lo expresaba de un modo muy sencillo: hay que tener la cabeza en el cielo, pero los pies en la tierra. 

«Reconciliarse con la propia historia» es, por lo tanto, no vivir «en las nubes» o desear una situación ideal que no corresponde a la realidad en la que vivimos. También san Josemaría recordaba la historia de Tartarín de Tarascón, que iba por los pasillos de su casa con una escopeta intentando cazar leones. Los sueños «tartarinescos» no son buenos. Es mucho mejor tratar de conocerse uno mismo, saber cuáles son nuestras virtudes y nuestros defectos, y aceptar plenamente todas las circunstancias en las que vivimos, sin pretender cambiarlas. 

La propia historia es la propia realidad: vivir con los pies en la tierra. Esto no significa que nos quedemos como apocados y refugiados en un rincón. San José, seguramente, tendría planes para su familia; tendría ilusiones. Pero sabe aceptar los designios de Dios, por ejemplo, de permanecer oculto en Nazaret, trabajando en su taller de artesano por muchos años.

San José no pretende «entender» todo lo que sucede en su vida. Pero tiene «los ojos abierto», como dice el Papa, gracias a su gran fe. Ve más allá. Su mirada se dirige al sentido de su vocación, a lo que sólo se puede ver si se está en sintonía plena con la voluntad de Dios. 

El Papa, al final de este punto, nos ayuda a comprender que, además de la «acogida» de los planes de Dios, está la «acogida» de nuestros hermanos. Tener un corazón capaz de acoger significa también aceptar a los demás como son: con sus defectos, con sus peculiaridades; sin que esas características condicionen nuestro amor hacia ellos. 

La «acogida», en este sentido, está muy relacionada con la «ternura». Si tenemos un corazón grande y compasivo, sabremos acoger con generosidad a nuestros hermanos, especialmente a los más pequeños y débiles, en los que más se muestra la fragilidad humana.

Como hace el Papa, podemos suponer en San José muchas de las actitudes que vemos en Jesús cuando muestra su infinita capacidad de amar en la parábola del hijo pródigo, en el suceso de la pobre viuda del Templo y, en general, en toda su predicación y su ejemplo de vida. 

San José estaría siempre pendiente de María, su Esposa, y aprendería de Ella a comprender más profundamente la importancia de tener un corazón de padre acogedor y cariñoso.  


 

miércoles, 21 de abril de 2021

José, padre en la obediencia

La tercera característica que pone el Papa Francisco en San José es la de «Padre en la obediencia» (cfr. Carta Apostólica Patris Corde).

Sabemos que el papa tiene en su habitación de Santa Marta una figura de San José durmiendo, debajo de la cual pone intenciones que le pide, para que interceda por ellas ante el Señor. Al papa le llama mucho la atención «los sueños» de José. 

En las culturas antiguas era común la creencia de que Dios hablaba a los hombres a través de los sueños. Evidentemente, no es que José haya tomado esa idea de los pueblos paganos. En su caso, no se trató de una «creencia» sino de una realidad: San José tenía la certeza de que Dios le había hablado a través de un sueño. No eran los suyos sueños «normales», como los que podemos tener nosotros. Él sabía que Dios había intervenido en su vida de esa manera para indicarle cuál era su voluntad. 

Si no fuese así, San José podría no haber hecho caso a los sueños que tenía. Era un hombre realista y no era crédulo. La obediencia de San José era auténtica «obediencia de fe». La misma que tuvo María cuando el Arcángel San Gabriel le anunció que iba a ser Madre de Dios y por la cual Ella aceptó el plan de Dios con su «fíat». 

El papa menciona los cuatro sueños de José: 1) el que le indicaba recibir a María como esposa, 2) el que le revelada la necesidad de la huída a Egipto, 3) el de la vuelta a Israel y 4) el que le confirmaba una intuición que José había tenido de no ir a Judea, donde reinaba Arquelao, hijo de Herodes, sino dirigirse a Galilea.

Además de estos sueños, que tienen que ver con un tipo de obediencia —la obediencia a la revelación directa de los planes de Dios, por inspiración personal—, el papa menciona otras clases de obediencia, mas comunes. 

Una de ellas es la obediencia a la Ley. José obedece los mandatos de la Ley civil. Cuando el gobernador Quirino ordena un censo en Israel, y que cada familia vaya al lugar de su origen, José obedece y se traslada de Nazaret a Belén, pues era de la Casa de David. 

También obedece la Ley religiosa, de su pueblo Israel. Circuncida a Jesús a los ocho días de su nacimiento y le pone un nombre. Luego, a los 40 días de nacida, va con María al Templo para que Ella sea purificada. Todos los años hace una peregrinación a Jerusalén, en las diversas fiestas en las que estaba preceptuado asistir a los israelitas. Cumplía con celo todas las prescripciones de la Ley, hasta las más pequeñas, y enseña a Jesús a hacerlo, de modo que Él, en su vida pública dirá que no ha venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento y que no se puede despreciar ni una tilde de la Ley. 

Pero, sobre todo, San José cumple la Ley de Dios grabada en su conciencia, y se adapta a todos los planes de la Providencia divina. Como para Jesús, su alimento era cumplir la voluntad de Dios en todo. Y eso es lo que enseña, humanamente, a su Hijo. 

La obediencia es «capacidad de escuchar». Eso es, etimológicamente: «ob-audire». Escuchar atentamente es la cualidad central del que es verdaderamente obediente.        

En una homilía en el oratorio de las Hermanas de la Madre Dolorosa, en Roma (19-III-1992), el Papa Benedicto XVI recuerda que quedó admirado ante una imagen de José perteneciente a un viejo retablo portugués. Se veía al Santo Patriarca dormido, en una tienda, pero vestido, de pié y con un bastón, en actitud de alerta, y de estar dispuesto a comenzar a caminar. 

Esa imagen, según el papa Benedicto, representa al hombre de oración (que está atento a la voluntad de Dios, que se le revela en la oración),  pero también al servidor leal, dispuesto a salir rápidamente a cumplir lo que se le indique.

La obediencia de José es inteligente, libre, pronta, alegre y total. En este miércoles, dedicado a él, podemos acudir a su intercesión para que nos ayude —siguiendo también el ejemplo de su Esposa María—, a tener la disposición de vivir esta virtud que nos hará permanecer en el camino y llegar finalmente a la meta a la que Dios nos llama.   

 

miércoles, 14 de abril de 2021

San José, padre de la ternura

El segundo rasgo de la paternidad de José, que el Papa Francisco pone a nuestra consideración, en la Patris corde, es su ternura.

¿Qué es la ternura? El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua dice que es un «sentimiento de cariño entrañable» (2ª acepción). Lo «tierno» es lo que es «afectuoso, cariñoso y amable» (5ª acepción) o «delicado o suave» (6ª acepción). Lo «entrañable» es lo «íntimo, muy afectuoso».

Esta palabra la encontramos en la Sagrada Escritura. El Papa recoge en su Carta apostólica varias citas sobre la ternura de Dios: 

«Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13); «su ternura alcanza a todas las criaturas (Sal 145,9). 

Hay otra palabra castellana que es similar: «compasión». Jesús tiene compasión por la muchedumbre que le sigue. Se compadece del pobre y del pecador.  En el DRAE se define así: «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien». También es ternura, pero añade el matiz de «sufrir con el orto», de compadecerse de su miseria y pequeñez.

Así es el amor de Dios: compasivo y misericordioso; lleno de ternura. Así debería ser nuestro amor hacia nuestros hermanos. Nunca severo y acusador. Al contrario: tendríamos que ponernos del lado del que necesita comprensión y compasión. 

Además, dice el Papa, el amor de Dios —que debemos imitar— aprovecha lo que es motivo de compasión y ternura como punto de apoyo para, con la palanca de su poder, mover el mundo. Dios utiliza nuestras miserias y fragilidades para transformarnos y hacer grandes cosas. Tenemos el ejemplo de San Pablo, a quien dice el Señor: «mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Co 12, 9): «virtus in infirmitate perficitur». «Cuando soy más débil, entonces soy más fuerte»: «cum infirmor tunc potens sum» (2 Cor 12, 10). San Pablo se gloriaba en su debilidad, porque era una ocasión para que se manifestara el poder de Dios en él. 

Por todo ello el Papa nos anima a aceptarnos tal como somos y también aceptar a nuestros hermanos sin pretender cambiarlos. Ya cambiarán, pero no a base de regaños o malos modos, sino a base de cariño, ternura y compasión. Antiguamente algunos maestros decían que «la letra con sangre entra». Gracias a Dios ya han pasado esas épocas. Sin embargo, ahora, la educación ha virado 180 grados, y la tónica es la «tolerancia» a toda costa. La ternura no puede estar reñida con la verdad. San Pablo lo dice a los efesios: «veritatem facientes in caritate» (Ef 4, 15).

No es fácil compaginar estos dos aspectos del mandamiento de Cristo. La ternura y la compasión no implican pasar por alto los mandamientos de Dios. No podemos dejar a los demás en la mentira y la oscuridad. Es verdad que la ternura auténtica no pone condiciones: se ama al pecador, se haya arrepentido o no. Pero una ternura que, en realidad, sea complicidad con el mal, no es agradable a Dios. 

El Papa nos hace notar que «la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona».

«La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).

La mejor manera de adquirir esa «capacidad de ternura» con los demás es experimentarla frecuentemente en el Sacramento de la Penitencia: 

«Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura» (Patris corde).

San José y María nos enseñarán a vivir esa «ternura» y compasión en nuestra vida ordinaria.      


miércoles, 7 de abril de 2021

San José, Padre amado

Hemos comenzado el Tiempo de Pascua, que tiene una duración de siete semanas, hasta Pentecostés. Me parece que, teniendo en cuenta que también son siete los puntos que el Papa Francisco nos invita a consideras, sobre la vida de San José, en su Carta Apostólica Patris Corde, podemos aprovechar este Tiempo fuerte, en el Año de San José, para meditar despacio cada una de esas expresiones que propone el Papa.

Todas ellas van precedidas por la palabra «Padre». En la introducción, Francisco señala esa misión de San José como la más importante y central: ser «Padre de Jesús» y Esposo de María. Al principio del documento, el Papa se detiene a meditar qué tipo de padre era José, recorriendo toda su vida, y luego nos hace notar cómo el Magisterio de la Iglesia se ha ocupado de resaltar su figura como ningún otra, exceptuando la de María. Los últimos papas han acudido a su protección como «Patrono de la Iglesia» (Pío IX), «Patrono de los trabajadores» (Pío XII», «Custodio del Redentor» (San Juan Pablo II»…

«Con corazón de Padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios “el hijo de José”» (Patris corde, primera línea).

La primera característica de José que señala el Papa Francisco es ser un «Padre amado». Amado por Jesús, amado por María y amado por toda la Iglesia, pues ha entrado en el servicio de toda la economía de la encarnación, como dice San Juan Crisóstomo. 

¿Porqué es amado José? La cita de Pablo VI (Homilía, 19-III-1966), que nos recuerda Francisco, se puede resumir en una sola palabra: por su «amor»; por la donación de sí mismo a colaborar en la obra de la encarnación y de la redención, a través de su trabajo oculto y de su misión de padre.

Por eso, San José merece todo nuestro cariño y, de hecho, no ha faltado en la Iglesia esa gran veneración al Santo Patriarca como lo demuestran las numerosas iglesias en todo el mundo que se le han dedicado. Además, a lo largo de los siglos, muchos grupos de cristianos se han inspirado en él; muchos santos y santas le han tenido gran devoción. El papa se detiene en la que le tenía San Teresa de Jesús, que su gran promotora en el siglo XVI. A partir de entonces, por ejemplo, se incrementó la frecuencia del nombre de José en las partidas de bautismo. En algunos lugares, era casi una costumbre poner «José» a los hijos (al menos como segundo nombre), como sucedía con las hijas, a las que se les ponía el nombre de «María».

«Quien no hallare maestro que le enseñe a orar, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará el camino. No quiera el Señor que haya yo errado atreviéndome a hablar de él; porque aunque publico que soy devota suya, en servirle y en imitarle siempre he fallado. Pues él hizo, como quien es, que yo pudiera levantarme y no estar tullida; y yo, como quien soy, usando mal de esta merced» (Santa Teresa, Vida, 6, 8).

Nosotros también somos tullidos espiritualmente y muy necesitados de ayuda, especialmente durante este tiempo de prueba que experimenta el mundo. El Papa desea mostrarnos la figura de José, para que acudamos a él en las grandes pruebas que el Señor ha dispuesto que suframos, para qué él nos enseñe a llevarlas con buen humor y serenidad.  

Las oraciones a San José, incluidas en los devocionarios, son una multitud. Durante este año, se nos invita a recitarlas con frecuencia. Todos los días podemos lucrar la indulgencia plenaria, si acudimos a San José, ofrecemos nuestro trabajo y le pedimos por los desempleados y los que no tienen un trabajo digno. 

Al final de este punto sobre San José como «Padre amado», el Papa nos invita a acudir a él, como lo hicieron los hijos de Jacob, para buscar pan, en Egipto: «Ite ad Ioseph» les diría el faraón. «Vayan a José». Nosotros, en este Tiempo Pascual, acudimos a San José para que nos lleve al Pan Eucarístico, a Jesús Resucitado.        

 

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