El segundo rasgo de la paternidad de José, que el Papa Francisco pone a nuestra consideración, en la Patris corde, es su ternura.
¿Qué es la ternura? El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua dice que es un «sentimiento de cariño entrañable» (2ª acepción). Lo «tierno» es lo que es «afectuoso, cariñoso y amable» (5ª acepción) o «delicado o suave» (6ª acepción). Lo «entrañable» es lo «íntimo, muy afectuoso».
Esta palabra la encontramos en la Sagrada Escritura. El Papa recoge en su Carta apostólica varias citas sobre la ternura de Dios:
«Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13); «su ternura alcanza a todas las criaturas (Sal 145,9).
Hay otra palabra castellana que es similar: «compasión». Jesús tiene compasión por la muchedumbre que le sigue. Se compadece del pobre y del pecador. En el DRAE se define así: «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien». También es ternura, pero añade el matiz de «sufrir con el orto», de compadecerse de su miseria y pequeñez.
Así es el amor de Dios: compasivo y misericordioso; lleno de ternura. Así debería ser nuestro amor hacia nuestros hermanos. Nunca severo y acusador. Al contrario: tendríamos que ponernos del lado del que necesita comprensión y compasión.
Además, dice el Papa, el amor de Dios —que debemos imitar— aprovecha lo que es motivo de compasión y ternura como punto de apoyo para, con la palanca de su poder, mover el mundo. Dios utiliza nuestras miserias y fragilidades para transformarnos y hacer grandes cosas. Tenemos el ejemplo de San Pablo, a quien dice el Señor: «mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Co 12, 9): «virtus in infirmitate perficitur». «Cuando soy más débil, entonces soy más fuerte»: «cum infirmor tunc potens sum» (2 Cor 12, 10). San Pablo se gloriaba en su debilidad, porque era una ocasión para que se manifestara el poder de Dios en él.
Por todo ello el Papa nos anima a aceptarnos tal como somos y también aceptar a nuestros hermanos sin pretender cambiarlos. Ya cambiarán, pero no a base de regaños o malos modos, sino a base de cariño, ternura y compasión. Antiguamente algunos maestros decían que «la letra con sangre entra». Gracias a Dios ya han pasado esas épocas. Sin embargo, ahora, la educación ha virado 180 grados, y la tónica es la «tolerancia» a toda costa. La ternura no puede estar reñida con la verdad. San Pablo lo dice a los efesios: «veritatem facientes in caritate» (Ef 4, 15).
No es fácil compaginar estos dos aspectos del mandamiento de Cristo. La ternura y la compasión no implican pasar por alto los mandamientos de Dios. No podemos dejar a los demás en la mentira y la oscuridad. Es verdad que la ternura auténtica no pone condiciones: se ama al pecador, se haya arrepentido o no. Pero una ternura que, en realidad, sea complicidad con el mal, no es agradable a Dios.
El Papa nos hace notar que «la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona».
«La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).
La mejor manera de adquirir esa «capacidad de ternura» con los demás es experimentarla frecuentemente en el Sacramento de la Penitencia:
«Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura» (Patris corde).
San José y María nos enseñarán a vivir esa «ternura» y compasión en nuestra vida ordinaria.