miércoles, 10 de marzo de 2021

Séptimo Domingo de San José

        El próximo domingo terminamos de meditar los siete dolores y gozos de San José, y nos preparamos para celebrar su fiesta, que este Año de San José tendrá un relieve especial.

El Séptimo domingo de San José tiene como marco el 5º Misterio Gozoso del Santo Rosario: El Niño perdido y hallado en el Templo. 

En esta ocasión, la única referencia al Santo Patriarca son las palabras de la Virgen: «Tu padre y yo te buscábamos angustiados» (Lc 2, 48). María pone en primer lugar a su esposo y luego a Ella. Aunque José siempre aparezca como en un segundo plano, era el padre de familia y quien llevaba la iniciativa de las diversas acciones. En realidad, José era «la sombra del Padre» como hace notar el Papa Francisco en su Carta Apostólica Patris Corde. 

«El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre, noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos» (n. 7).

Todo esto aparece de modo especial en el episodio del Templo, cuando Jesús, a los doce años de edad, además de dar una lección a los maestros de Israel, prueba la fe de sus padres.

En esta escena misteriosa de la vida del Señor podemos fijarnos hoy en tres características de la figura de José, por este orden: 1º) su fidelidad al cumplimiento del deber en la vida ordinaria, 2º) su talante valiente ante las contrariedades que surgen en su vida y 3º) su intensa vida de oración.

El quicio firme en el que se apoya toda la vida de José es su sentido de responsabilidad en el cumplimiento de los deberes que había asumido alegremente como padre de familia, esposo y trabajador. Sabe que Dios lo ha escogido para ser cabeza en la Sagrada Familia. De él depende la protección de Jesús y María. Y esto le hace sentirse útil y responsable de su bienestar. 

San José es un siervo fiel y prudente, que Dios ha puesto al frente de su casa. Trabaja y trabaja sin descanso. Observa y resuelve todos los asuntos que lleva entre manos. No se cruza de brazos, sino que aprovecha el tiempo y siempre tiene una actitud propositiva y llena de esperanza.

Podemos imaginar lo que sucedió cuando él y su esposa María se dan cuenta de que, al segundo día de camino, Jesús no está en la comitiva que regresaba a Nazaret. José, rápidamente, toma la decisión de volver a Jerusalén para buscar al Niño, al que encuentran al tercer día. Este dato temporal, que nos ha trasmitido San Lucas, es una figura de los tres días de la sepultura del Señor. Son días de angustia y dolor. Pero, gracias a la responsabilidad y capacidad de decisión de José, logran encontrar a Jesús. 

«La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea (…). La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo» (Patris Corde, n. 6).

San José, además de cumplir bien su deber, tiene la valentía de afrontar todas las dificultades que van surgiendo en la vida de la Sagrada Familia. Se podría decir que adelantó, en su misma carne, la profecía Simeón de que Jesús sería «signo de contradicción» y que a María «la atravesaría una espada». Llevaba la Cruz de Cristo con entereza y valor, porque era un hombre de fe. 

«Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia» (Paris Corde, n. 5).

Finalmente, en las últimas palabras que recoge San Lucas del episodio que estamos meditando («Su madre conservaba esto en su corazón»: Lc 2, 51), también vemos reflejado a José. 

«El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta» (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, n. 26).

El ejemplo de San José, «maestro de la vida interior y patrono de la buena muerte» (como le gustaba llamarle a san Josemaría Escrivá) nos guiará en nuestro camino para ser fuertes ante la Cruz, que se presenta constantemente, y cumplir fielmente nuestros deberes cristianos.  


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