miércoles, 31 de marzo de 2021

San José en los Misterios dolorosos

En mayo y junio de 1974, San Josemaría Escrivá hizo un viaje de catequesis por varios países de América. Ya había estado en México, en 1970, pero no conocía Sudamérica. El primer país que visitó fue Brasil, luego Argentina, Chile, Ecuador, Perú…

Durante ese viaje comentó que, en aquella temporada, había tratado de «meter» a San José en la meditación de los Misterios Dolorosos del Rosario. 

Como es sabido, San Josemaría siempre tuvo gran devoción al Santo Patriarca. Consideraba con frecuencia la Vida Oculta del Señor, que para él tenía un brillo especial, porque durante esos 30 años Jesús vivió en el Hogar de Nazaret, y llevó una vida ordinaria y sencilla. Para nosotros es un gran motivo de esperanza saber que Jesús hizo más o menos lo mismo que cualquier persona que vive en una familia y trabaja para ganar el sustento diario. 

Esa convivencia estrecha entre los tres miembros de la Sagrada Familia fue el modo como quiso el Padre que su Hijo, en lo humano, fuera creciendo en edad, sabiduría, y gracia delante de Dios y de los hombres. Jesús tuvo que aprender a hablar, caminar, comer, etc. María y José fueron los encargados de enseñarle las cosas más elementales. A José le correspondió un papel importante y Jesús aprendería muchas cosas de su padre de la tierra como el modo de trabajar, muchos giros del lenguaje, el modo de vivir las virtudes humanas. 

Por eso, no es difícil «tratar de meter» a San José en los Misterios del Rosario, incluso en aquellos en los que no estuvo presente, porque ya había muerto (los Misterios Luminosos, Dolorosos y Gloriosos).

Ahora, en esta Semana Santa, nosotros también podemos hacer ese ejercicio cuando recemos y consideremos más despacio los cinco Misterios Dolorosos. 

En el primero, la Oración en el Huerto de Getsemaní, podemos suponer que José llevaría con frecuencia a Jesús al monte para orar. En Israel los montes siempre han sido lugar de oración. Basta recordar la ascensión de Abraham al Monte Moria, o de Moisés al Monte Horeb, o de Elías al Monte Carmelo… José también iría a los montes: al monte sobre el que estaba construida la ciudad de Nazaret, al monte Tabor que no estaba lejos de ahí, o al monte Sión cuando iba cada año a Jerusalén. 

Es muy probable que José y Jesús fueran a orar en la noche, para buscar el sosiego y recogimiento necesarios. Todo eso lo aprendería Jesús de su padre humano. Aprendería también la manera de orar: «No se haga mi voluntad, sino la tuya».

En el segundo Misterio doloroso podemos fijarnos en la fortaleza de Jesús para soportar el terrible tormento de la flagelación. Esa fortaleza física la había adquirido en el duro trabajo del taller de José. Muchos de los que sufrían esa tortura morían en ella. Jesús la sufre con ánimo decidido. 

El Señor habría visto con frecuencia cómo llevaba José las burlas de los habitantes de Nazaret. No es infrecuente que quienes no trabajan bien se burlen de los que hacen bien su trabajo, como lo haría José. Jesús recordaría todo eso durante la Coronación de espinas. 

Al abrazarse a la Cruz (cuarto Misterio doloroso) Jesús no podría dejar de recordar la carpintería de José y la madera sobre la que trabajaban todos los días para hacer puertas, ventanas, sillas, etc. 

Por último, Jesús recordaría la muerte de José, plenamente abandonado en la voluntad de Dios. No estaba muy lejana en el tiempo y el Señor había vivido muy de cerca esos últimos minutos de José, dolorosos, pero también llenos de esperanza. Así, Jesús, al ver a su Madre al pié de la Cruz, no podría ver también a San José a su lado, deseando que, desde el Cielo, la protegiera como lo había hecho en la tierra.  

Cada uno podremos, en este Año de San José, buscar la manera de que el Patrono de la Iglesia Universal está muy presente también en esta Semana en la que acompañamos a Cristo en su Misterio Pascual.       

miércoles, 24 de marzo de 2021

San José y la Anunciación

Mañana celebramos la Anunciación del Señor. En la Iglesia es una solemnidad que, en primer lugar, se refiere a Jesucristo, pues recordamos el día de su Encarnación. Pero también es una fiesta de la Virgen, pues fue a Ella a quien el Arcángel San Gabriel le anunció que había sido elegida pasa ser Madre de Dios.

«En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María» (Lc 1, 26).

Así comienza la escena que meditaremos mañana. Lucas, que quizá escuchó este relato de labios de María, menciona que Ella era virgen, pero estaba ya desposada con José. Los desposorios se llevaban a cabo antes de la boda. Había un tiempo en que los esposos ya estaban casados pero aún no celebraban las nupcias y no vivían juntos. María, por tanto, estaba en su casa (quizá la de sus padres Joaquín y Ana) y José en la suya. 

Al poco tiempo, José notó que María estaba embarazada. Seguían sin vivir juntos y Nuestra Señora había juzgado prudente no decir nada a José del la causa sobrenatural de su embarazo. Es el ángel del Señor quien, en sueños, le desvela el misterio.

«“No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (…). Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,20-21.24).

Veamos lo que dice Juan Pablo II en su Carta Apostólica Redemptoris Custos del 15 de agosto de 1989, sobre el fiat de José: 

«La fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe (cfr. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6). Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él» (Dei Verbum, n. 5). La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret».

También podríamos recordar la homilía que pronunció San Juan Pablo II el viernes 26 de enero de 1979 en la Catedral de México. Ahí, a los pocos meses de haber inaugurado su pontificado, habló sobre la fidelidad de la Virgen y de las cuatro dimensiones de esa fidelidad: búsqueda, aceptación, coherencia y constancia.  

«El fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público».

El Papa pedía a los mexicanos «fidelidad» con las siguientes palabras:

«En esta hora solemne querría invitaros a consolidar esa fidelidad, a robustecerla. Querría invitaros a traducirla en inteligente y fuerte fidelidad a la Iglesia hoy. ¿Y cuáles serán las dimensiones de esta fidelidad sino las mismas de la fidelidad de María?

San José, Patrono de la Iglesia, nos enseñará a fortalecer nuestra fidelidad a la Iglesia, especialmente en esta época en la que vivimos, que es tan necesario manifestarla claramente y con valentía.

Terminamos con las últimas palabras de San Juan Pablo en su primera homilía en México: 

«La Virgen fiel, la Madre de Guadalupe, de quien aprendemos a conocer el Designio de Dios, su promesa y alianza, nos ayude con su intercesión a firmar este compromiso y a cumplirlo hasta el final de nuestra vida, hasta el día en que la voz del Señor nos diga: “Ven, siervo bueno y fiel; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21-23), Así sea». 

miércoles, 17 de marzo de 2021

San José, modelo de los humildes

En la antevíspera de la Solemnidad de San José, miércoles —día de la semana dedicado al Santo Patriarca— vamos a meditar algunos párrafos de la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos de San Juan Pablo II (15 de agosto de 1989).

El Papa quería presentar a nuestra consideración, «algunas reflexiones sobre aquel al cual Dios confió la custodia de sus tesoros más preciosos»..., para que pudiéramos recurrir con más fervor a San José, invocar su patrocinio, y tener siempre presente ante nuestros ojos «su humilde y maduro modo de servir» (n.1).

Nuestra Señora —dice Juan Pablo II—, en su «peregrinación de la fe», se encuentra con la fe de José, que no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que hizo José es genuina «obediencia de fe» (cf. Rm 1, 5; 16, 26, 2 Co 10, 5-6) (n.4). «José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios» (n.5) 

José. en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna, simplemente hizo como el ángel del Señor le había mandado. «Y este primer hizo es el comienzo del  camino de José. A lo largo de este camino los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el justo (Mt 1, 19). 

«Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne "lo nuevo y lo viejo" (Mt 13, 52)» (n. 17).

El vínculo de caridad entre José, María y Jesús constituyó la vida de la Sagrada Familia. Pero la «expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo». José trabaja como carpintero. «Esta simple palabra abarca toda la vida de José».

Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos (Lc 2, 51). «Esta sumisión, es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José (…). Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención» (n. 22).

«Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser alcanzada según un modelo accesible a todos: “San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI, Alocución ,19-III-69)» (n. 24).

«El trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José hizo; sin embargo permiten descubrir en sus acciones —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación» (n. 25).

«El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada “en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana,…” (Pablo VI, Alocución, 19-III-69)» (n. 26).

Al acercarnos a la Solemnidad de San José, nos encontramos en el centro del Año de San José proclamado por el Papa Francisco. Podemos terminar nuestra reflexión con la oración a San José que el Papa pone al final de su Carta Apostólica Patris Corde:

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depósito su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado San José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
defiéndenos de todo mal. Amén. 

miércoles, 10 de marzo de 2021

Séptimo Domingo de San José

        El próximo domingo terminamos de meditar los siete dolores y gozos de San José, y nos preparamos para celebrar su fiesta, que este Año de San José tendrá un relieve especial.

El Séptimo domingo de San José tiene como marco el 5º Misterio Gozoso del Santo Rosario: El Niño perdido y hallado en el Templo. 

En esta ocasión, la única referencia al Santo Patriarca son las palabras de la Virgen: «Tu padre y yo te buscábamos angustiados» (Lc 2, 48). María pone en primer lugar a su esposo y luego a Ella. Aunque José siempre aparezca como en un segundo plano, era el padre de familia y quien llevaba la iniciativa de las diversas acciones. En realidad, José era «la sombra del Padre» como hace notar el Papa Francisco en su Carta Apostólica Patris Corde. 

«El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre, noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos» (n. 7).

Todo esto aparece de modo especial en el episodio del Templo, cuando Jesús, a los doce años de edad, además de dar una lección a los maestros de Israel, prueba la fe de sus padres.

En esta escena misteriosa de la vida del Señor podemos fijarnos hoy en tres características de la figura de José, por este orden: 1º) su fidelidad al cumplimiento del deber en la vida ordinaria, 2º) su talante valiente ante las contrariedades que surgen en su vida y 3º) su intensa vida de oración.

El quicio firme en el que se apoya toda la vida de José es su sentido de responsabilidad en el cumplimiento de los deberes que había asumido alegremente como padre de familia, esposo y trabajador. Sabe que Dios lo ha escogido para ser cabeza en la Sagrada Familia. De él depende la protección de Jesús y María. Y esto le hace sentirse útil y responsable de su bienestar. 

San José es un siervo fiel y prudente, que Dios ha puesto al frente de su casa. Trabaja y trabaja sin descanso. Observa y resuelve todos los asuntos que lleva entre manos. No se cruza de brazos, sino que aprovecha el tiempo y siempre tiene una actitud propositiva y llena de esperanza.

Podemos imaginar lo que sucedió cuando él y su esposa María se dan cuenta de que, al segundo día de camino, Jesús no está en la comitiva que regresaba a Nazaret. José, rápidamente, toma la decisión de volver a Jerusalén para buscar al Niño, al que encuentran al tercer día. Este dato temporal, que nos ha trasmitido San Lucas, es una figura de los tres días de la sepultura del Señor. Son días de angustia y dolor. Pero, gracias a la responsabilidad y capacidad de decisión de José, logran encontrar a Jesús. 

«La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea (…). La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo» (Patris Corde, n. 6).

San José, además de cumplir bien su deber, tiene la valentía de afrontar todas las dificultades que van surgiendo en la vida de la Sagrada Familia. Se podría decir que adelantó, en su misma carne, la profecía Simeón de que Jesús sería «signo de contradicción» y que a María «la atravesaría una espada». Llevaba la Cruz de Cristo con entereza y valor, porque era un hombre de fe. 

«Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia» (Paris Corde, n. 5).

Finalmente, en las últimas palabras que recoge San Lucas del episodio que estamos meditando («Su madre conservaba esto en su corazón»: Lc 2, 51), también vemos reflejado a José. 

«El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta» (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, n. 26).

El ejemplo de San José, «maestro de la vida interior y patrono de la buena muerte» (como le gustaba llamarle a san Josemaría Escrivá) nos guiará en nuestro camino para ser fuertes ante la Cruz, que se presenta constantemente, y cumplir fielmente nuestros deberes cristianos.  


miércoles, 3 de marzo de 2021

Salir de Egipto, casa de esclavitud

Esta semana celebraremos el 6º Domingo de San José. La Sagrada Familia sale de Egipto y vuelve a Israel pero no a Belén de Judea, sino a Nazaret, en el territorio de Galilea, la aldea en la que habían vivido María y José.

Huida a Egipto (Gioto, +1337)

El texto de la Sagrada Escritura que meditaremos es el siguiente: 

«Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». Él se levantó, tomó al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel. Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá. Y fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: será llamado Nazareno» (Mt 2, 19-23).

Nuevamente, José recibe en sueños la Voz del Señor, a través de un ángel. Y, como siempre, él obedece prontamente y, además, lo hace de manera inteligente. El ángel no le había dicho que fuera a Nazaret, pero él toma la decisión de no ir a Belén, sino a la ciudad en la que tenía su trabajo y era bien conocido: Nazaret. De este modo, José se une a los planes de Dios y a la antigua profecía que señalaba esa aldea perdida como lugar en el que pasaría la mayor parte de su vida el Mesías, que sería llamado Nazareno. 

El próximo domingo es el Tercero de Cuaresma, y la Primera Lectura de la Misa, tomada del libro del Éxodo, comienza así: 

«En aquellos días, el Señor pronunció estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud”» (cfr. Ex 20, 1-17).

¡Qué coincidencia!. La Iglesia, a través de su Liturgia, nos recuerda otra salida de Egipto: la de todo el pueblo de Israel, guiado por Moisés unos mil quinientos años antes del nacimiento de Cristo. Jesús también vivió en Egipto, país de la esclavitud, y quiso salir de él para indicarnos que es el verdadero Salvador, no sólo del pueblo de Israel, sino de toda la humanidad. Moisés fue una figura de Jesucristo. Él dio a los israelitas los Mandamientos de la Antigua Ley, Jesús nos da la Nueva Ley del Amor. No vino a abolir la Ley, sino a llevarla a su plenitud.

«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye a los ignorantes. Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (Salmo 18).

La Nueva Ley de Cristo, decíamos, es la del Amor. Pero el verdadero amor siempre incluye la donación de sí mismo, la entrega. Y la entrega verdadera va acompañada, en este mundo, por la Cruz. Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por sus amigos (cfr. Jn 15, 13). 

Por eso, la Iglesia, en la Segunda Lectura del próximo domingo, nos recuerda las palabras de San Pablo: 

«Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (cfr. 2 Co 22-25).

Antes de poder salir de Egipto, los israelitas tuvieron que padecer mucho de parte del Faraón. Pero, finalmente, llegó la noche pascual y salieron todos de la esclavitud, sin que nadie los pudiera detener pues «lo débil de Dios es mas fuerte que los hombres» (cfr. Ibídem). 

En el Evangelio de la Misa del domingo, leemos el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo (cfr. Jn 2, 13-25). Todos los judíos repetían diariamente la Shemá, es decir, el Primer Mandamiento de la Ley:

«Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (cfr. Deut 6, 4).

María y José también lo repetirían, con especial fervor durante su estancia en Egipto, país lleno de ídolos. Y Jesús, en el hogar de Nazaret, lo aprendería de labios de sus padres. 

Años mas tarde, el Señor se llena de celo y dice a los mercaderes del Templo: «Quitad esto de ahí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (cfr. Jn 2, 13-25).

Los discípulos se acordaron entonces de lo que está escrito: «el celo de tu casa me devora» (cfr. Ibídem). 

Hoy podemos acudir a San José para pedirle que interceda por nosotros para que el Señor también nos conceda ese buen celo por su cosas y la valentía para defenderlas.   

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