Esta semana, dedicaremos nuestra reflexión al quinto rasgo que señala el Papa Francisco en la paternidad de San José: la valentía creativa.
Al principio de su exposición, en la Carta Apostólica Patris Corde, relaciona esta característica con la anterior: la acogida. De hecho, los cuatro primeros rasgos de San José, como padre, tienen que ver con su modo de ser silencioso y amable: padre amado, padre en la ternura, padre obediente y padre en la acogida. Los próximos dos se relacionarán más con la «acción» de San José, es decir, con el fruto de su profunda vida interior y de amor a Dios, que es la fortaleza para acometer valiente y creativamente la misión que Dios le encomienda, especialmente a través de su trabajo y de su ingenio humano.
Desde luego, en San José, estas dos dimensiones de su personalidad (oración y acción) van siempre unidas. No hace nada sin contar con Dios. En él se da una profunda unidad de vida.
El Papa va señalando los distintos acontecimientos que aparecen en la vida de José, desde que conoce a María hasta el final de su recorrido aquí en la tierra. A través de estos eventos nos podemos dar cuenta de que Dios le permitía desarrollar admirablemente sus cualidades humanas de previsión, fortaleza, ingenio y capacidad para afrontar lo que la Providencia iba poniendo delante de él.
El Papa utiliza la expresión «valentía creativa», que nos sugiere, por una parte, el valor que se necesita para lanzarse a lo desconocido; para arriesgarse sin conocer todos los elementos; para tomar decisiones con rapidez y prudencia, y acertar a resolver los problemas que se presentan con un ánimo firme.
Por otra parte, la «creatividad» se refiere a la cualidad de poner el entendimiento y la razón en las cosas que se tienen entre manos, descubriendo la multitud de posibilidades que se tienen por delante y escogiendo con arte y maestría las acciones más convenientes.
En definitiva, el Papa, en este quinto punto de su carta, nos quiere animar a, como decía San Josemaría Escrivá, «poner todos los medios humanos, como si no hubiera ninguno sobrenatural; y poner todos los medios sobrenaturales, como si no hubiera ninguno humano». Esta frase, a mi entender, no quiere decir que, al actuar, nos olvidemos de Dios; o al rezar, de que somos hombres. Quiere decir que, cuando recemos, no dejemos de poner todos los recursos humanos que tenemos a nuestra disposición y, cuando actuemos, pongamos los medios de la gracia sin descuidar ninguno.
Hay un refrán español que resume bien todo lo anterior: «A Dios rogando y con el mazo dando». Así tiene que ser el talante habitual del cristiano que une admirablemente, en su vida, lo humano y lo divino, sin dejar a un lado lo uno y lo otro.
San José, no se paraliza al darse cuenta de que sus «recursos humanos» son pequeños. Se sabe pobre y frágil. Es uno de los «pequeños» de los que habla Jesús en el Evangelio. Sin embargo, hace todo lo que puede, en cada caso. De esta manera, es un punto de apoyo para que Dios, con la palanca de su poder infinito, mueva el mundo, para la salvación del género humano.
«De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia» (Patris corde, n. 5).
Al final de este punto, el Papa desea que reflexionemos sobre el cuidado que San José tiene del Niño y de su Madre. Y nos pregunta cómo imitamos al Santo Patriarca en este punto.
«Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (Patris corde, n. 5).
Vale la pena que meditemos despacio lo que nos dice el Papa.
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