La cuarta característica que señala el Papa Francisco a San José, en su Carta Patris corde es la capacidad de «acogida». San José es padre en la acogida.
La primera clara muestra de «acogida», por parte de José, es haber recibido a María en su casa, una vez que estaban desposados y él se da cuenta de que Nuestra Señora estaba esperando un hijo, sin que ella le hubiera dicho nada al respecto.
San José se encuentra con un gran misterio. No desconfía de la Virgen, pero tampoco sabe explicar lo que ha sucedido. Es el ángel, en sueños, quien le indica: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).
El Santo Patriarca no pone condiciones a las palabras del ángel. Comprende que es un enviado de Dios y opta por la fe.
El Papa se detiene a analizar esta decisión de José y lo expresa de este modo: «José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia».
¿Qué significa «reconciliarse con la propia historia»? Me parece que lo que no quiere decir el Papa es que San José es un hombre «realista», que no hace teorías, que cree profundamente en la Providencia de Dios.
El «abandono en Dios» del que nos habla el Papa no es resignación, o debilidad, o pasividad… Podría darse una actitud «providencialista» en nuestra vida. Es decir, cabe un «abandono» que más bien es comodidad, ingenuidad, falta de realismo.
El Evangelio nos muestra un San José, por una parte con mucha fe, pero también con mucho sentido común. La actitud de «acogida» de los planes de Dios debe tener esos dos componentes. San Josemaría Escrivá lo expresaba de un modo muy sencillo: hay que tener la cabeza en el cielo, pero los pies en la tierra.
«Reconciliarse con la propia historia» es, por lo tanto, no vivir «en las nubes» o desear una situación ideal que no corresponde a la realidad en la que vivimos. También san Josemaría recordaba la historia de Tartarín de Tarascón, que iba por los pasillos de su casa con una escopeta intentando cazar leones. Los sueños «tartarinescos» no son buenos. Es mucho mejor tratar de conocerse uno mismo, saber cuáles son nuestras virtudes y nuestros defectos, y aceptar plenamente todas las circunstancias en las que vivimos, sin pretender cambiarlas.
La propia historia es la propia realidad: vivir con los pies en la tierra. Esto no significa que nos quedemos como apocados y refugiados en un rincón. San José, seguramente, tendría planes para su familia; tendría ilusiones. Pero sabe aceptar los designios de Dios, por ejemplo, de permanecer oculto en Nazaret, trabajando en su taller de artesano por muchos años.
San José no pretende «entender» todo lo que sucede en su vida. Pero tiene «los ojos abierto», como dice el Papa, gracias a su gran fe. Ve más allá. Su mirada se dirige al sentido de su vocación, a lo que sólo se puede ver si se está en sintonía plena con la voluntad de Dios.
El Papa, al final de este punto, nos ayuda a comprender que, además de la «acogida» de los planes de Dios, está la «acogida» de nuestros hermanos. Tener un corazón capaz de acoger significa también aceptar a los demás como son: con sus defectos, con sus peculiaridades; sin que esas características condicionen nuestro amor hacia ellos.
La «acogida», en este sentido, está muy relacionada con la «ternura». Si tenemos un corazón grande y compasivo, sabremos acoger con generosidad a nuestros hermanos, especialmente a los más pequeños y débiles, en los que más se muestra la fragilidad humana.
Como hace el Papa, podemos suponer en San José muchas de las actitudes que vemos en Jesús cuando muestra su infinita capacidad de amar en la parábola del hijo pródigo, en el suceso de la pobre viuda del Templo y, en general, en toda su predicación y su ejemplo de vida.
San José estaría siempre pendiente de María, su Esposa, y aprendería de Ella a comprender más profundamente la importancia de tener un corazón de padre acogedor y cariñoso.