Querido hermano sacerdote:
El 15 de noviembre pasado escribí la última cápsula sacerdotal en tiempo de pandemia . En ella pedía oraciones para recuperarme, pues hacía unos días había comenzado con los síntomas de COVID y no me sentía bien para escribir. Dos días después, tuve que ingresar en un hospital y mi salud empeoró notablemente pues, además de la neumonía, me sobrevino una trombo embolia pulmonar. Finalmente, gracias a Dios, el 27 de noviembre regresé a mi casa y ahora sí me estoy recuperando, aunque el proceso de curación será lento.
Bartolomé Esteban Murillo, La Adoración de los pastores, c.1650. Museo del Prado |
En este tiempo no he podido escribir, pero ahora, nuevamente, me siento con ánimos de hacerlo para, en la medida de mis posibilidades, compartir con los lectores de este nuevo blog, nuestro amor a Jesucristo y a la Iglesia, aún en estos tiempos de pandemia que se alargan.
Desde mi primer contagio ha transcurrido más de un mes y medio. Han sido días difíciles, de sufrimiento e incertidumbre, pero también de crecimiento interior. El silencio y la soledad forzada del hospital me ayudaron mucho a crecer en vida de oración. Busqué volver a la infancia espiritual, acudiendo a Nuestra Señora y a San José, mi patrono, porque fui bautizado con su nombre.
Tuve una gran alegría al conocer que el Papa Francisco, el 8 de diciembre pasado, proclamó un Año de San José, y escribió la Carta Apostólica “Patris Corde” con ocasión del 150° aniversario de declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal, que hizo Pío IX en 1870.
En ese documento, el papa nos abre un panorama muy amplio para meditar en la vida y enseñanzas del santo patriarca como 1) padre amado, 2) padre en la ternura 3) padre en la obediencia, 4) padre en la acogida, 5) padre en la valentía creativa, 6) padre trabajador y 7) padre en la sombra.
En el retiro de Adviento para sacerdotes que hubo en la Arquidiócesis de México, el Señor Nuncio Franco Coppola, les animaba a ser, ante todo, padres. Y decía que le ha llamado siempre la atención que aquí, en nuestro país, a diferencia de lo que sucede en otros países, a los sacerdotes se les llama “padres”, porque realmente lo son.
San José es padre virginal de Jesús. Nosotros podemos aprender mucho de él en este Año que apenas está comenzando.
Las próximas entradas, que procuraré salgan los miércoles (día dedicado a San José) serán “reflexiones sobre San José”, y trataré de meditar sobre diferentes aspectos teológicos, litúrgicos, históricos, devocionales, etc., que nos ayuden a darnos un poco cuenta del tesoro que tenemos en las consideraciones que la Iglesia ha hecho, a lo largo de los siglos, sobre la figura de San José.
El viernes próximo celebraremos la Natividad de Nuestro Señor y el domingo es la Fiesta de la Sagrada Familia. Sugiero a los sacerdotes que, en la homilía de las Misas que celebren (y que quizá se trasmita por zoom a los fieles), se detengan un poco más de lo usual en la figura de José: el hombre del silencio que adora a Jesús Niño y está a la sombra, el padre que cuida que no le falte nada, el esposo que está vigilante y atento a lo que María necesite en el hogar de Nazaret.
Quizá nos puede servir esa oración tan bonita que sugiere el papa en la nota 10 de su Carta Apostólica reciente:
“Todos los días, durante más de cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san José:
«Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».
En estos momentos de la historia de la humanidad necesitamos la ayuda de San José, intercesor poderoso delante de María, su esposa, y de Jesús.
Te envío un saludo afectuoso,
P. Víctor J. Cano