Querido hermano
sacerdote:
El
Papa Francisco centra su Carta Apostólica sobre San José, Patris Corde, en la palabra “padre”. Y, describe porque es padre con siete
calificativos: amado, tierno, obediente, acogedor, valiente, trabajador y
humilde. Se podrían añadir muchos más porque la figura de José tiene una riqueza
enorme.Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682,
San José con el Niño Jesús
El domingo próximo celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. Con
motivo de esta festividad podemos fijarnos en los dos últimos versículos del
Evangelio (Mc 1, 7-11):
«Al salir Jesús del agua, vio que
los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre
él. Se oyó entonces una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”» (vv. 10 y 11).
Marcos, que recoge la predicación de
San Pedro, vuelve sobre estas palabras con motivo del relato de la Transfiguración del Señor:
«En eso se formó una nube que los cubrió con
su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras: «Este es mi Hijo, el Amado, escúchenlo»» (Mc 9, 7).
Jesucristo es el Hijo amado de Dios,
pero también el Hijo amado de San José. San
Ambrosio, le llama “esposo de María y padre de Dios”, porque es padre de la
persona de Cristo (que es Dios y hombre). Si queremos meternos en el alma del
Señor, podemos suponer que, durante su Bautismo en el Jordán, cuando escucho
las palabras de su Padre del Cielo, “Tú
eres mi Hijo amado”, pensaría también
en su padre en la tierra, con quien había vivido tantos años, que le había
enseñado tantas cosa en lo humano: que había sido un verdadero padre.
Jesús, a los doce años de edad, se
queda solo en el Templo. Sus padres lo buscan durante tres días. San Lucas nos
dice:
«Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su
madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y
¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron
la respuesta que les dio» (Lc 2, 48-50).
Jesús no niega ser hijo de su padre, José,
pero les recuerda que también es hijo de su Padre Dios. Todos, en Nazaret,
conocían a Jesús por el “hijo del artesano” (Mt 13, 55).
San
José era verdaderamente padre de Jesús, no sólo “padre legal, o
putativo (del verbo latino “putare”:
estimar, considerar, pensar, ponderar”), o adoptivo”.
El vínculo paterno-filial entre Jesús y José
es más fuerte que el vínculo de la
sangre. ¿Quién más fuerte que Dios, de quien procede toda paternidad? Entre
los dos no hay un vínculo de sangre, pero
sí de amor. Y el amor todo lo puede, lo une, lo agranda.
San
Agustín hace la siguiente consideración respecto a la Virgen, que también se
puede aplicar a San José:
«Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo» (San Agustín, De sancta virginitate, 3: PL 40, 398, citado por el Catecismo de la Iglesia Católica, 506).
Es el designio eterno de Dios, aceptado plenamente por la fe, lo que
hace que San José sea verdadero padre de Jesucristo; padre virginal del Señor.
En este Año
de San José, podemos aprender de su paternidad, que tanta falta hace en
nuestro mundo actual. Nos hace falta a
los sacerdotes: ser más padre. Les hace falta a los padres de familia: ser
mejores padres. San José participa de la paternidad del Padre de los Cielos; en
toda su vida, manifiesta que Dios es
Rico en Misericordia. Y Jesús lo experimento cada día durante su vida
oculta en Nazaret. Él sabía que era Hijo de Dios, pero San José le hacía comprobar,
en lo humano, este gran misterio.
¿Cómo ser buenos padres? Leamos con
detenimiento la Carta del Papa, Patris Corde o la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, Redemptoris Custos, y el Espíritu Santo nos hablará al corazón para aprenderlo,
siguiendo el ejemplo de San José.
Te envío un saludo afectuoso,
P. Víctor J. Cano