miércoles, 26 de mayo de 2021

Oraciones a San José (1)

Entramos de nuevo en el Tiempo Ordinario. Estamos recorriendo la Octava Semana durante el año litúrgico. Las lecturas de este miércoles nos hablan de pedir al Señor su misericordia y el cumplimiento de sus promesas (1ª Lectura y Salmo), y de estar dispuestos a beber el cáliz del Señor, y de ser el último, el más pequeño de todos, para servir a nuestros hermanos.

San José es nuestro intercesor, para pedir todo lo que necesitemos; especialmente la misericordia del Señor y el cumplimiento de sus promesas. Además, nos enseña a amar la vida sencilla y humilde, y también a aumentar en nosotros el deseo de servir con alegría: ¡Podemos!

Pero para acudir a la intercesión del Santo Patriarca, necesitamos conocer e incluso aprender de memoria —como él lo hacía— oraciones de petición, de agradecimiento, de alabanza. 

A continuación, y en los posts siguientes, iremos repasando gran parte del tesoro devocional de la Iglesia que, a lo largo de los siglos, se ha formado y ha alimentado la piedad de muchos santos. 

Durante este Año dedicado a San José, el Papa Francisco, a través de la Penitenciaría Apostólica, concede indulgencias plenarias que vale la pena tratar de lucrar, todos los días. 

«Con el fin de reafirmar la universalidad del patrocinio de la Iglesia por parte de San José, además de las ocasiones mencionadas, la Penitenciaría Apostólica concede una indulgencia plenaria a los fieles que recen cualquier oración o acto de piedad legítimamente aprobado en honor de San José, por ejemplo "A ti", oh bienaventurado José", especialmente el 19 de marzo y el 1 de mayo, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, el domingo de San José (según la tradición bizantina), el 19 de cada mes y cada miércoles, día dedicado a la memoria del Santo según la tradición latina» (ver Decreto).

La oración «A ti, oh bienaventurado José», recomendada por Leon XIII en la Encíclica Quamquam pluries, de León XIII, 15-VIII-1889. es la siguiente: 

«A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén». 

En esta oración pedimos que, por intercesión de San José, Dios nos socorra en nuestra tribulación y demás necesidades, y que, como Patrono de la Iglesia, San José la defienda de toda adversidad. 


 

miércoles, 19 de mayo de 2021

San José, padre en la sombra

Con el final del Tiempo Pascual, también concluimos hoy, 19 de mayo, con el comentario de la Carta Apostólica Patris Corde. En los posts anteriores hemos ido comentando las siete características que señala el Papa Francisco de la paternidad de San José. La séptima es «Padre en la sombra».

«El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre (del año 1977), noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida (Juan Pablo II, Redemptoris custos, 7-8)» (Patris Corde, 7).

Vale la pena leer la «novela» del autor polaco. Se nota que estudió con cuidado el marco histórico y cultural en el que se desarrollo la vida de la Sagrada Familia. Y, sobre todo, Dobraczyński refleja muy bien los pensamientos, emociones y actitudes que debieron tener Jesús, María y José. Lo hace con gran delicadeza y hondo conocimiento del hombre; y también teniendo presente siempre el gran misterio que envuelve toda su vida. 

José, después de verse envuelto en sucesos inexplicables humanamente, acepta con alegría y fidelidad total la misión que Dios le confiere, de ser el padre del Mesías esperado en Israel. 

En muchos pasajes del libro, el autor nos hace ver que José se sentía plenamente responsable de aquella Familia, que la Providencia había puesto a su cuidado. 

José era padre de Jesús y esposo de María pero, a la vez, se sabía instrumento de un plan sapientísimo, que requería su entrega total. Respetó la decisión de María de mantenerse virgen y, él mismo, también asume este modo de viva. Por eso se llama a San José, padre vastísimo o virginal de Jesús. 

El Papa profundiza en lo que significa la castidad de José. Equivale al amor a la libertad, sin afán de poseer, sino de respetar y dejar libres a los demás, para que, cada uno, sigue el camino que Dios le pide. 

«La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida» (Ibidem). 

Y, vivir en la libertad, es siempre darse a sí mismo: amar. El don de sí «es la maduración del simple sacrificio», dice el Papa. 

La misión de un padre es secundar la acción del Espíritu Santo en las almas de los que tiene a su cuidado, porque sólo Dios es Padre y sólo el Espíritu es el Santificador, que nos lleva a Cristo. «No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).

En definitiva, todos somos «sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo».

En este mes de mayo, a la espera del Paráclito, acudimos a Nuestra Señora, siempre Virgen y siempre Madre. 

miércoles, 12 de mayo de 2021

San José, padre trabajador

El sexto rasgo o característica que señala el Papa Francisco a San José, en su Carta Apostólica Patris corde, es que era «trabajador». Ya León XIII, en sus encíclicas sociales, destaca esta cualidad del esposo de María: era naggar (hebreo), faber (latín), artesano.

Los cuatro párrafos que dedica el papa a este tema los escribe en el marco de la pandemia actual: hay desempleo y falta dignidad en muchos de los trabajos que desempeñan nuestros contemporáneos. Todos los días podemos obtener una indulgencia plenaria si rezamos una oración a san José pidiendo por estas dos intenciones. 

¿Porque subraya el papa estos puntos? Porque «como el ave fue hecha para volar, el hombre fue hecho para trabajar» (cfr. Job 5, 7). San Josemaría (1902-1975) dedicó toda su vida a difundir este mensaje: el trabajo es medio de santificación: santificar el trabajo, santificarse con el trabajo, santificar a través del trabajo. Es —decía— el «marco o quicio de nuestra santificación». 

Todos los hombres dedicamos muchas horas de nuestro día al trabajo, a ocupaciones diferentes que se pueden convertir en trabajo. Un jubilado puede trabajas, un niño puede trabajar, un discapacitado puede trabajas, un enfermo puede trabajar. El trabajo, no necesariamente, de ser remunerado. Hay trabajos que no lo son: el de una madre de familia que hace el aseo de la casa, lava la ropa de la familia y prepara los alimentos. Un enfermo puede estar en la cama y considerar que, su trabajo, en esas circunstancias, es estar en la cama, dejarse ayudar y ofrecer sus dolores por la salvación de los hombres. 

En la Patris corde el papa se refiere particularmente al trabajo remunerado. Sin embargo, hay un concepto de trabajo más amplio, que se aplica a todos los hombres, en cualquier circunstancia en la que estén. Incluso una religiosa contemplativa puede considerar que su trabajo es rezar, estar delante del Santísimo muchas horas haciendo oración. 

El trabajo, para que sea cooperación en la obra creadora, redentora y santificadora de Dios, ha de tener dos cualidades: estar bien hecho y hecho por amor. No es fácil trabajar bien. Hay que poner todo nuestro empeño en aprender a trabajar, poniendo en juego todas nuestras capacidades humanas en esa tarea: entendimiento, voluntad, emociones, habilidades, virtudes (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, humildad, etc.). Siempre podemos hacer un poco mejor nuestro trabajo. De esta manera nos santificamos y santificamos el trabajo bien hecho. 

Pero, además, el trabajo debe ser hecho con rectitud de intención: por amor a Dios, para darle toda la gloria. Si un trabajo está hecho por vanidad, con afán de poder, por egoísmo, por un deseo inmoderado de obtener riquezas, etc., ese trabajo no es agradable a Dios.

San José es ejemplo de hombre que trabajaba bien, con perfección humana, y por amor a Dios. 

El trabajo, además, tiene una dimensión social. Es bueno para la familia y la sociedad. Los frutos del trabajo son abundantes. Un pueblo trabajador es artífice de la paz, si ese trabajo es colaboración de todos para el desarrollo humano, cultura y social del hombre.

Recientemente, Mons. Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei, decía que «el trabajo nos ofrece la oportunidad de progresar en otra de sus dimensiones: la capacidad de acogida y apertura a los demás» (cfr. El trabajo del futuro: dignidad y encuentro). 

¿Qué podemos hacer para lograr el ideal que nos propone el papa: «¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!?».

Podemos empezar por nosotros mismos: tener un trabajo que nos dignifique, que sea medio de santificación. Además, podemos influir para que, quienes están más cerca, tengan esta mentalidad de trabajar, bien y por amor. Y, en algunos casos, podremos contribuir, según nuestras posibilidades, a crear fuentes de trabajo, de modo que verdaderamente, como dice el papa, el trabajo se convierta en una oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino. 

Hoy se celebra en la Iglesia la festividad del Beato Álvaro del Portillo (1914-1994), sucesor de San Josemaría Escrivá y primer Prelado del Opus Dei. Tuve la fortuna de convivir con él en varias ocasiones (1973-1976, 1983, 1986, 1988…). ¿Qué es lo que me quedó más grabado de esa convivencia? Sin duda, su constante presencia de Dios y su gran humildad. 

En este mes de mayo, también puedo referirme al gran amor que le tenía a Nuestra Señora, especialmente en los «años marianos» que dispuso se vivieran en la Obra con motivo de aniversarios señalados, como los de las fechas fundacionales del Opus Dei (1928, 1930, 1943). Le gustaba contemplar a la Virgen «atareada en las faenas del hogar», un ejemplo sin duda de su trabajo constante, ordenado y lleno de amor a Dios.   


 

miércoles, 5 de mayo de 2021

San José, padre de la valentía creativa

Esta semana, dedicaremos nuestra reflexión al quinto rasgo que señala el Papa Francisco en la paternidad de San José: la valentía creativa.

Al principio de su exposición, en la Carta Apostólica Patris Corde, relaciona esta característica con la anterior: la acogida. De hecho, los cuatro primeros rasgos de San José, como padre, tienen que ver con su modo de ser silencioso y amable: padre amado, padre en la ternura, padre obediente y padre en la acogida. Los próximos dos se relacionarán más con la «acción» de San José, es decir, con el fruto de su profunda vida interior y de amor a Dios, que es la fortaleza para acometer valiente y creativamente la misión que Dios le encomienda, especialmente a través de su trabajo y de su ingenio humano.  

Desde luego, en San José, estas dos dimensiones de su personalidad (oración y acción) van siempre unidas. No hace nada sin contar con Dios. En él se da una profunda unidad de vida. 

El Papa va señalando los distintos acontecimientos que aparecen en la vida de José, desde que conoce a María hasta el final de su recorrido aquí en la tierra. A través de estos eventos nos podemos dar cuenta de que Dios le permitía desarrollar admirablemente sus cualidades humanas de previsión, fortaleza, ingenio y capacidad para afrontar lo que la Providencia iba poniendo delante de él. 

El Papa utiliza la expresión «valentía creativa», que nos sugiere, por una parte, el valor que se necesita para lanzarse a lo desconocido; para arriesgarse sin conocer todos los elementos; para tomar decisiones con rapidez y prudencia, y acertar a resolver los problemas que se presentan con un ánimo firme. 

Por otra parte, la «creatividad» se refiere a la cualidad de poner el entendimiento y la razón en las cosas que se tienen entre manos, descubriendo la multitud de posibilidades que se tienen por delante y escogiendo con arte y maestría las acciones más convenientes. 

En definitiva, el Papa, en este quinto punto de su carta, nos quiere animar a, como decía San Josemaría Escrivá, «poner todos los medios humanos, como si no hubiera ninguno sobrenatural; y poner todos los medios sobrenaturales, como si no hubiera ninguno humano». Esta frase, a mi entender, no quiere decir que, al actuar, nos olvidemos de Dios; o al rezar, de que somos hombres. Quiere decir que, cuando recemos, no dejemos de poner todos los recursos humanos que tenemos a nuestra disposición y, cuando actuemos, pongamos los medios de la gracia sin descuidar ninguno. 

Hay un refrán español que resume bien todo lo anterior: «A Dios rogando y con el mazo dando». Así tiene que ser el talante habitual del cristiano que une admirablemente, en su vida, lo humano y lo divino, sin dejar a un lado lo uno y lo otro. 

San José, no se paraliza al darse cuenta de que sus «recursos humanos» son pequeños. Se sabe pobre y frágil. Es uno de los «pequeños» de los que habla Jesús en el Evangelio. Sin embargo, hace todo lo que puede, en cada caso. De esta manera, es un punto de apoyo para que Dios, con la palanca de su poder infinito, mueva el mundo, para la salvación del género humano. 

«De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia» (Patris corde, n. 5).

Al final de este punto, el Papa desea que reflexionemos sobre el cuidado que San José tiene del Niño y de su Madre. Y nos pregunta cómo imitamos al Santo Patriarca en este punto. 

«Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (Patris corde, n. 5).

Vale la pena que meditemos despacio lo que nos dice el Papa.  

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