Durante esta semana, toda la Iglesia está en oración, pidiendo al Señor, como Él mismo lo hizo en el Cenáculo dirigiéndose a su Padre: “ut omnes unum sint, sicut tu Pater in me et ego in Te. Ut sin unum sicut et nos unum sumus” (Jn 17, 21). “Que todos sean uno, como Tú Padre en Mí y Yo en Tí. Que sean uno como nosotros somos uno”.
El sueño del Niño. Barroco Cuzqueño. Siglo XVIII |
El Nuevo Mandamiento que Jesús enseña a sus discípulos, el Mandamiento del Amor, está relacionado íntimamente con la Unidad. Sin unidad no hay verdadero amor. La Iglesia, nos recuerda el Concilio Vaticano II, es “communio”; es el misterio de comunión de los hombres con Dios y entre sí, por Cristo en el Espíritu Santo. La comunión es amor. Y, como decía san Agustín, la humildad es la morada de la Caridad. Por tanto, la verdadera unidad y el amor, no se consiguen más que con la humildad.
Durante los treinta años de vida oculta, Jesús vive en el hogar de Nazaret en concordia y unidad con sus padres, mientras crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. El Señor estaba sujeto a María y José. Había una perfecta unidad entre los tres: la trinidad de la tierra, como le gustaba llamarles a san Josemaría Escrivá, fue la primera Iglesia doméstica.
Cuando comenzó su vida pública, Jesús traslada el ambiente del hogar de Nazaret a la comunidad de sus discípulos, que aprenden, poco a poco, ese estilo de vida sencillo, humilde, lleno de amor y unidad. El Señor escoge a cada uno de ellos (ver Evangelio de la Misa del Tercer Domingo del Tiempo ordinario: Mc 1, 14-20), en sus circunstancias particulares: en la mesa de las alcábalas, a Mateo; entre las barcas y las redes, a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, etc. Los apóstoles son muy distintos entre sí. Y, sin embargo, aprenden a estar unidos. Lo vemos en la primitiva comunidad de cristianos en Jerusalén donde todos, por la fuerza del Espíritu Santo (“unientem Ecclesiam”), estaban unidos en la oración, la fracción del pan y las enseñanzas de los apóstoles (cfr. Hch 2, 42-47). Todo lo tenían en común.
Desde el principio, Cristo predica el Reino, la fe y la conversión. Busca, con su gracia, cambiar los corazones endurecidos de los hombres para que aprendan a convivir, a comprenderse, a no criticar, a estar unidos por el amor. Esa es la misión que confía a sus discípulos: para eso los llama.
Ahora, dos mil años después, también a nosotros nos llama a ser constructores de la unidad, sembradores de la paz y la alegría. Se trata de una unidad que se fundamenta en la Verdad; es decir, en Cristo. Él es el Reino de Dios que viene a nosotros. Si estamos unidos a Cristo también estaremos unidos entre nosotros.
Y nos unimos a Cristo a través de el Pan y la Palabra; de la Eucaristía y la oración. Vale la pena tener en cuenta que este próximo domingo es el "Domingo de la Palabra" (ver nota reciente de la Sagrada Congregación para el Culto Divino).
San José es Patrono de la Iglesia. En esta Semana de oración por la unidad de los cristianos, podemos acudir a él para que interceda por nosotros y nos ayude a comprender a fondo qué significa vivir la Comunión en la Iglesia. “Ite ad Ioseph” (Gen 41, 55). Estas palabras referidas a José, el hijo de Jacob, para que él diera a sus hermanos, en Egipto, el pan que necesitaban, las podemos aplicar a San José. Vayamos a José, que nos dará el Pan Eucarístico. La Eucaristía construye la Iglesia, decía Santo Tomás de Aquino, que está “fabricata ex sacramentis”. María, Reina de la Paz, intercederá por la Iglesia para que vuelva a la Unidad deseada por Cristo.
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