Querido hermano sacerdote:
Hace unos días leí un comentario al Adorote Devote (conocido himno litúrgico en honor a la Eucaristía, escrito en el siglo XIII y atribuido a Santo Tomás de Aquino), muy simpático y bien escrito. Su autor es el P. Enrique Monasterio, un sacerdote ordenado en 1969, autor de un blog que se titula “Pensar por libre”.Quizá lo que más me llamó la atención es el título del blog. Se supone que todos “pensamos por libre”, porque somos libres y uno de los derechos humanos reconocidos por la ONU en 1948 es la “libertad de expresión” y, por lo tanto ―con mayor razón―, la libertad de pensar cómo uno quiera. Sin embargo, estoy seguro de que lo que el P. Monasterio quiere expresar con su “pensar por libre”, es que siempre es muy bueno que volvamos a esa verdad antropológica fundamental: que somos libres; y que, esa libertad es base para amar y defender lo que es verdadero y bueno, es decir, la voluntad de Dios. Amarla, libremente, con soltura, con gozo.
San José y el Niño |
San Pablo, nos recuerda, a propósito de la
virtud de la castidad, que no somos nosotros dueños de nuestros propios
cuerpos, porque Dios nos ha comprado a un precio muy caro (cfr. Segunda
Lectura, 1 Cor 6, 17-20). Pensar por libre o actuar por libre no consiste en elegir el mal ―lo que nos aparta del
designio de Dios―, sino de amar el
bien. Esa es la verdadera libertad, no una libertad que nos esclaviza al
pecado.
El
Evangelio de la Misa del domingo nos señala el camino para vivir libremente:
cuando se acercan a Jesús sus primeros discípulos, preguntándole dónde habita,
Él les dice: “Venid y lo veréis”
(cfr. Jn 1, 35-42). Para creer hay que
acercarse al Señor. Así veremos lo que Él quiere de nosotros. Ese “ir” a
Dios es libre. Jesús no obliga a sus
discípulos a seguirle: los invita. A lo largo de su vida, muchas veces
dirá: “El que quiera seguirme…”. “Si quieres…”. Nunca coacciona.
En lo
humano, Jesús aprendió muchas cosas de San José. Una de ellas fue
“saber escuchar”. San José es el hombre de la escucha atenta. No habla nada en
el Evangelio, pero sí escucha muchas veces, la voz del Ángel, la voz de Dios. Y
lo hace libremente: porque quiere.
El Padre jesuita Valentín María Sánchez Ruiz (1879-1963)
fue director espiritual de San José María en los años 30. En una ocasión, el P.
Sánchez le aconsejó: “Frecuente el trato
con el Espíritu Santo. No le hable, óigale”. ¡Qué buen consejo! Eso es lo
más importante: escuchar.
Una manera de hacerlo, cuando nos ponemos en la presencia de Dios para hablar con él, es utilizar lo que San Josemaría llamaba “la falsilla”. Antes, los niños aprendían a escribir poniendo debajo de la hoja una “falsilla”, es decir, otra hoja con rayas horizontales, de modo que, al ir escribiendo, siempre se mantuvieran los renglones escritos rectos y en su lugar. La “falsilla”, en el caso de la oración, puede ser un texto de la Escritura, una oración, algunos párrafos de un libro espiritual, etc. Incluso, los sucesos de nuestra propia vida. A través de esa, falsilla, Dios nos habla a cada uno.
Utilizar una “falsilla” no es dejar de pensar por libre. Es servirnos de la ayuda del Espíritu Santo, que ha inspirado la Escritura, y de otros autores, santos quizá, que son como nuestros maestros que nos llevan de la mano para que no nos desviemos.
Eso es
lo que hizo siempre San José: ser humilde, confiar en la gracia, ser sencillo
y buen instrumento en manos de Dios. Al mismo tiempo, no dejó de “pensar por
libre” siempre, porque utilizaba su libertad plenamente, para amar más la
voluntad de Dios.
Te
envío un saludo afectuoso,
P. Víctor J. Cano
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